miércoles 30 de abril de 2025 - Edición Nº2338

Sociedad | 21 feb 2025

HISTORIAS FANTASTICAS

Terror en el conurbano: Histeria colectiva por los ataques del hombre-gato

En los 80, apenas finalizada la dictadura, un tenebroso personaje generó pánico, desde sus primeros ataques en Brandsen hasta la idea de una gran secta llegada de Brasil. Con base en las viejas leyendas de hombres que se transforman en animales, el mito llego a los medios nacionales, y en poco tiempo desapareció, tan misteriosamente como llegó.


Por: Diego Lanese

Agosto de 1984. Brandsen, provincia de Buenos Aires. En una fría noche de invierno, Alicia mira televisión. A oscuras, solo el reflejo de la pantalla ilumina la habitación, como espectros que crecen en la pared. El brasero en una esquina pelea contra los cero grados del exterior. Pese a esto, una ventana se mantiene entreabierta, para evitar la falta de aire. La mujer dormita, víctima de cansancio de la jornada. De golpe, una sombra atraviesa la habitación, luego de saltar desde el marco de la ventana.

Alicia se despierta sobresaltada por lo que claramente identifica como un maullido, busca un gato que se adentró en su casa, pero lo que ve es otra cosa. Es una figura grotesca, enorme, que corre de un lado al otro, dejando sonidos guturales. De golpe, se abalanza sobre ella. Luego de un primer forcejeo, logra zafarse, y grita. La figura retrocede, vuelve a la ventana y desaparece, sin antes volver a maullar. El ataque –reconstruido a partir de testimonios de la época –es el primero de un personaje que desvelará a miles de bonaerenses en aquel año, generando una histeria colectiva pocas veces vista en el país.

Una leyenda urbana que todavía circula, y que parece recuperar las raíces de la vieja tradición europea de la teriantropía. Esta es la historia del hombre-gato.

La leyenda de este atacante nocturno, con forma de hombre pero movimientos y características de felino recorrió el conurbano bonaerense y más en aquel 1984.

Desde ese primer ataque registraron en Brandsen se fueron denunciando otros eventos similares, el segundo a un menor de 17 años, en su caso atacado en la calle. La psicosis de apodera de la población local, que organiza patrullas nocturnas. Hasta ese momento los relatos eran imprecisos, y el temor era que se tratara de un “sátiro”, como se conocía en esos días a los agresores sexuales.

Los hechos llegan a la prensa, que rápidamente lo bautiza: “El hombre-gato ataca de nueva”, informa Diario Popular cuando la víctima, una nena de 13 años, cuenta sus desventuras con el tenebroso personaje. A partir de allí, la leyenda comienza a circular por todo el conurbano, y en poco tiempo se registran supuestos ataques en los distritos vecinos de Esteban Echeverría, Almirante Brown y Lomas de Zamora

Antes, la Policía de Brandsen recibe un llamado del supuesto personaje, desde un teléfono fuera de servicio a nombre de un profesor de literatura que nunca aparece. Los relatos se multiplican, y con esto el miedo. “Yo no soy el hombre-gato”, declara Carlos Godoy, un instructor de karate acusado de ser el siniestro atacante. El 18 de agosto concede una entrevista Diario Popular donde niega las acusaciones, ante el acecho de sus propios vecinos.

Como sucede con otras leyendas urbanas, la del hombre-gato tiene raíces rastreables en el país y el mundo. En términos generales, se podría decir que este tipo de mitos responde a lo que se denomina teriomorfismo o teriantropía, que según los estudios sobre mitología es la capacidad de cualquier transformación de un ser humano en animal, ya sea de manera completa o parcial, así como la transformación inversa en un contexto mitológico o espiritual.

A diferencia de los humaniamales o quimeras, como se conocían en la antigua Grecia a los híbridos entre animales y humanos, en este caso se trata de transformaciones temporarias, parciales y temporales. El hombre-gato podría encajar en esta descripción, e incluso especularse que luego de los ataques recuperaba su figura humana, por lo que pasaba desapercibido.

En muchas culturas se encuentra el mito del hombre que se transforma en un otro animal salvaje. En el antiguo Egipto, numerosos dioses se representaban bajo la forma de mitad hombre y mitad otro animal. En África, existe una fuerte presencia del hombre-leopardo, así como el hombre-chacal y el hombre-hiena. En Asia se conoce la presencia del hombre-tigre y el hombre-tiburón y en Oceanía el hombre-tiburón. En México se tiene en el imaginario popular la imagen del nahual, un ser humano con el poder de adquirir la forma de un coyote u otros animales.

En el país, los capiangos son seres mitológicos, guerreros aborígenes de quienes se dicen poseían la sobrehumana capacidad de convertirse en “monstruosos tigres o jaguares” (ver Hombres tigres” en la Guerra de Independencia: los capiangos del ejército de Facundo Quiroga).

Lejos de esta categorización casi antropológica, el hombre-gato siguió atacando en aquel 1984. Al otro año, con la histeria instalada en los medios, se registran ataques en la capital provincial. En La Plata el miedo por el misterioso personaje moviliza a la población, desmintiendo la información del 30 de diciembre de 1984, cuando se anunció “matan al hombre gato”. Según el Diario Popular, “habría caído en Ezeiza tras enfrentarse a la policía”.

Pero un 22 de febrero de 1984, las noticias vuelven a ubicar al atacante en la zona de El Dique. A partir de allí se dieron relatos sobre apariciones y eventos violentos en toda la zona platense, en especial en Tolosa, como relata el historiador Nicolás Colombo en su libro Misterios de la Ciudad de La Plata. Incluso, las supuestas apariciones del hombre-gato llegan a los 90, cuando el mito se había apagado por completo en la zona donde se iniciaron los supuestos incidentes. Incluso, en el Museo Policial de la ciudad de La Plata ha y unas púas brillantes que se atribuyen al misterioso personaje, las que usaban como garras.

La expansión del mito en la primera parte del 85 fue total. Incluso llegó al interior bonaerense. “Psicosis y alerta policial por aparición del hombre-gato”, tituló el diario La Opinión, de la localidad de Pergamino. En muchas localidades se organizaron grupos de autodefensa, de vigilancia.

Hubo sucesos casi trágicos, gente atacada sin sentido. El miedo era potenciado por las noticias, que todos los días traían novedades del personaje. Los relatos difieren en la descripción. Algunos dicen que era un hombre de 1.80 metros, ágil, que trepaba árboles y techos, otros decían que era más bien bajo, y corría en cuatro patas.

En Monte Grande, un hombre hirió a su hijo de un disparo, cuando trepaba la reja al olvidarse las llaves. Más allá de cualquier explicación mitológica, dos cuestiones centrales aportaron para la histeria general. Una, la época en que sucedió: la salida de la dictadura. Luego de los años de plomo, la sociedad aprendía a vivir en libertad, y la calle era todavía un lugar hostil.

Como explico el periodista Jorge Halperín en el fondo el pedido era “un clamor por un mundo más previsible y seguro”. Además, Diario Popular comenzaba a circular fuerte, y estaba en plena disputa con Crónica por el segmento de ese periodismo, y las noticias del hombre-gato vendía mucho.

En la segunda mitad del 85, los ataques cesaron. Fue extraño cómo el temor se fue apagando, sin ninguna explicación clara. Hubo algunas detenciones, algunos intentos de linchamientos, y cómo llegó, una noche de invierno en Brabdsen, se fue. El último cimbronazo vino del exterior: una revista aseguró que en realidad había varios hombre-gato, que eran parte de una secta de origen brasilero.

Según este semanario, se trataba de una banda brasilera vinculada con el ritual umbanda. Incluso se publicaron fotos de su supuesto líder, rodeados de esculturales mujeres, disfrazadas como gatas, en ropa interior. Salvo algún sentimiento contra esta religión, y alguna atención excesiva de los adolescentes, la historia no alcanzó ni la popularidad ni la histeria de aquellos relatos iniciales.

Más de 40 años después, el hombre-gato es una marca registrada en el conurbano. En José Mármol todavía hay comentarios del ataque a balazos en la esquina de Ferrer y Canale, donde alguien estaba trepado a un árbol, los rastrillajes conjuntos en Llavallol, o las patrullas en Burzaco. Todo por un personaje que nunca apareció, pero quedó en la memoria colectiva de la región.  

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