viernes 07 de febrero de 2025 - Edición Nº2256

Cultura y Espectáculos | 17 ene 2025

HISTORIAS FANTASTICAS

“Hombres tigres” en la Guerra de Independencia: los capiangos del ejército de Facundo Quiroga

La leyenda de seres sobrenaturales peleando junto al caudillo riojano circularon con fuerza durante la guerra civil argentina, e incluso figuran en las memorias del general Paz. Dónde nace el mito, y cómo llega a los campos de batallas. El misticismo de Quiroga, otro elemento que alimenta las historias.


Por: Diego Lanese

4 de noviembre de 1831. La ciudadela, provincia de Tucumán. Las tropas del general Gregorio Aráoz de La Madrid se disponen a avanzar en el terreno. Son 1.950 efectivos que buscan arrinconar al ejército de Juan Facundo Quiroga. El caudillo federal viene avanzando en el norte argentino en su guerra con el unitario, y en ese terreno irregular se puede definir buena parte de su suerte.

Los hombres de Quiroga son menos, unos 1.600, y a lo largo de la jornada son varias veces superados por la caballería de La Madrid. Incluso en horas de la tarde logran arrinconar a los federales, y parece que se encaminan a una inexorable victoria.

Pero dos de los generales deciden retirarse sorpresivamente. Además, hay desorganización en las filas tucumanas. Esto le permite recuperar la iniciativa al “tigre de los llanos”, que para la noche avanza sobre los unitarios.

La Madrid se dirige a la retaguardia cuestiona a sus líderes Javier López y Juan Esteban Pedernera. Según los testimonios de esos días, los acusados se justificaron: “Qué quiere usted, general, se nos ha desbandado la tropa, y no nos ha sido posible contenerla”, dijeron.

No especifican las razones del desborde. La historia no deja testimonio. Pero en la tradición oral de aquellos días dio una explicación, que no era militar ni estratégica. Los mitos circulantes contaban el miedo de la tropa unitaria a quienes combatían con Quiroga, el terror que le generaba la presencia de capiangos entre sus filas.

Los capiangos son seres mitológicos, guerreros aborígenes de quienes se dicen poseían la sobrehumana capacidad de convertirse en “monstruosos tigres o jaguares”.

El mito es oriundo de la región del Gran Chaco y de todo el litoral argentino, pero se fue diseminado por el norte y la zona cuyana, a medida que el país iba tomando su forma actual. En la historia tradicional, el capiango es un brujo o hechicero que tiene la capacidad de convertirse en un yaguareté. La narrativa popular fue dejando ese animal, muy característico del litoral, por un jaguar –sobre todo en la zona cordillerana –o en tigre –más al norte -.

La leyenda de los capiangos se emparenta con la del lobizón, como mutación de un ser humano en animal o en bestia humana, pero la diferencia es que los primeros podrían transformarse a voluntad, mientras que los segundo lo hacían, inexorablemente, cuando había luna llena.

Según los relatos, a comienzos del siglo XIX existían brujos que, usando un trozo de cuero de jaguar y otras cosas más como plumas de gallina, tenían la capacidad de cambiar su aspecto. Se convertían en un híbrido mitad humano, mitad animal. El rito debía tener lugar en el bosque y la persona que se transformaría debería revolcarse sobre el cuero del animal recitando un rezo al revés, lo que haría que su aspecto cambiara.

Una vez convertidos, los capiangos salían de caza. Devorada la presa y saciada su sed de muerte, volvían a su forma humana. Dicen quienes lo han visto que es un yaguareté agresivo, violento y asesino. Tiene poco pelo y su comida preferida es la carne humana. En la zona en la que actúa es enormemente temido, ya que ataca de noche invadiendo ranchos y secuestrando muchachitas jóvenes para que sean sus esclavas y lo limpien. No es fácil de combatir.

Es necesario matarlo con balas o un machete bendecidos. Otra forma de combatirlo es robándole el cuero y escupiendo en su cara tres veces. Por esta acción quedaría ciego y vulnerable a cualquier ataque. Cuando mueren, a los capiangos se les debe cortar su cabeza separándola del cuerpo.

La idea de que estos “hombres tigre” peleaban bajo el mando de Quiroga comenzó apenas el riojano hilvanó varias victorias en la larga guerra por la independencia argentina, que derivó en una guerra civil. El caudillo riojano era un hombre extremadamente religioso, en sus primeras batallas llevaba una bandera negra con una cruz color sangre con el lema “religión o muerte”.

En la batalla del Tala del 27 de octubre de 1826, perdió aquella bandera, y le prometió a su tropa recuperarla “aunque deba ir a las mismas puertas del infierno”. Ese fue su primer enfrentamiento con La Madrid, y Quiroga fue el triunfador. Aunque el general unitario se llevó un premio inesperado: el mito de inmortal.

Alcanzado por un proyectil, La Madrid cayó al piso donde fue pisoteado y atacado a lanzazos. Dado por muerto, la batalla siguió, pero al ir a buscar su cuerpo, ya no estaba. Así nació en apodo del tucumano, que decían no podían darle muerte.

Tal vez para revertir esta historia, algunos federales lanzaron la historia de los capiangos. Además, la espiritualidad de Quiroga rápidamente mutó a una especie de misticismo, en especial por la relación con su caballo. De pelaje negro, Moro acompañó al caudillo en todas sus batallas. Se decía que tenía poderes adivinatorios, y que se comunicaba con su jinete para darle consejos.

En la batalla de La Tablada, librado entre el 22 y 23 de junio de 1829, el caballo “le dijo” que no peleara, y Quiroga emprendió a retirada. Pero cansado, Moro quedó en manos del enemigo, el riojano comenzó una larga carrera para recuperarlo, que casi cambia la historia argentina, ya que en un momento Quiroga se negó a obedecer las órdenes de Juan Manual de Rosas de emprender la pelea con los unitarios, porque no tenía su caballo.

“Estoy seguro que se pasarán muchos siglos de años para que salga en la República otro igual, y también le protesto a V. de buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que contiene la República Argentina, es que me hallo disgustado aun más allá de lo posible”, dijo en una carta a Rosas en 1832. Quiroga moriría en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835, sin reencontrarse con su caballo.

Más allá de esto, la historia de capiangos que luchaban con Quiroga se fue extendiendo entre la tropa unitaria, que no desea enfrentar a hombres capaces de volverse feroces tigres y devorar sus corazones. Las historias fueron creciendo, y se volvieron un problema para los líderes.

Así José María Paz, uno de los generales más notables del bando unitario, escribió en sus memorias el miedo que generaban estos monstruos. “Cuando me preparaba para esperar a Quiroga, antes de la Tablada, ordené al comandante don Camilo Isleño, que trajese un escuadrón a reunirse al ejército, que se hallaba a la sazón en el Ojo de Agua, porque por esa parte amagaba el enemigo. A muy corta distancia, y la noche antes de incorporárseme, se desertaron 120 hombres de él, quedando solamente 30, con los que se me incorporó al otro día. Cuando le pregunté la causa de un proceder tan extraño, lo atribuyó al miedo de los milicianos a las tropas de Quiroga.

Habiéndole dicho que de qué provenía ese miedo, siendo así que los cordobeses tenían dos brazos y un corazón como los riojanos, balbuceó algunas expresiones, cuya explicación quería absolutamente saber. Me contestó que habían hecho concebir a los paisanos, que Quiroga traía entre sus tropas 400 capiangos, lo que no podía menos que hacer temblar a aquellos”, expresa el general en el texto.

Luego añade: “Nuevo asombro por mi parte, nuevo embarazo por la suya, otra vez exigencia por la mía, y finalmente, la explicación que le pedía. Los capiangos, según él, o según lo entendían los milicianos, eran unos hombres que tenían la sobre-humana facultad de convertirse, cuando lo querían, en ferocísimos tigres, ‘y ya ve usted’, añadía el candoroso comandante, ‘que 400 fieras lanzadas de noche a un campamento, acabarán con él irremediablemente’”.

Si bien Paz no creía en estos testimonios, los fue acumulando en sus memorias, como los rasgos sobrenaturales de Quiroga. “Conversando un día con un paisano de la campaña, y queriendo disuadirlo de su error, me dijo: ‘Señor, piense usted lo que quiera, pero la experiencia de años nos enseña que el señor Quiroga es invencible en la guerra, en el juego, y bajando la voz, añadió, en el amor.

Así es que, no hay ejemplar de batalla que no haya ganado; partida de juego, que haya perdido; y volviendo a bajar la voz, ni mujer que haya solicitado, a quien no haya vencido’. Como era consiguiente, me eché a reír con muy buenas ganas; pero el paisano ni perdió su seriedad, ni cedió un punto de su creencia”.

 

Aunque no se cuenta como un solo período, la Argentina tuvo una guerra civil que duró cerca de 60 años en ella se cometieron enormes brutalidades. La muerte entre hermanos no conoció de piedad ni de miramientos. Los “hombre tigre” de Quiroga batallaron en las mentes unitarias, y acecharon en las noches, cuando la vista engaña y el olor a la muerte se acerca, silencioso. Las risas de Paz no fueron suficientes para convencer a sus hombres, que creyeron que peleaban contra un enemigo que no podían vencer. Porque se sabe que el miedo una vez que se mete en el cuerpo, bajo la piel, nunca más sale de ahí.

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