viernes 07 de febrero de 2025 - Edición Nº2256

Cultura y Espectáculos | 24 ene 2025

HISTORIAS FANTASTICAS

El ratón Belisario y el mono Juan, los primeros astronautas argentinos

En la década del 50, el país era potencia regional en materia aeroespacial, al punto que puso los primeros seres vivos en la estratósfera: Un ratón de campo y un mono caí misionero. Esta es la historia de una aventura que pudo posicionar al país a la vanguardia de la conquista del espacio.


Por: Diego Lanese

Hace unos años, en un programa de la televisión rusa, se eligió a la persona más famosa de la historia de ese país. Y el elegido fue Yuri Gagarin. No es para menos, ya que el cosmonauta fue el primer hombre en viajar al espacio exterior, el 12 de abril de 1961.

Su fama trascendió la URSS, y se volvió la cara de la carrera aeroespacial de pos guerra. Del otro lado de la cortina de hierro, el norteamericano Neil Armstrong es igual de famoso. El primer humano en pisar la luna se volvió un patrimonio de la humanidad, y junto con su par soviético son los rostros de la era dorada de la exploración espacial. Nadie más se acercó a ese podio de fama en el planeta, pese a que muchos hombres y mujeres realizaron verdaderas epopeyas por traspasar la frontera de lo posible.

Si tuviéramos que candidatear a algunos argentinos para esta tarea, nombres no faltarías. Desde Miguel de Colombisse, relojero de origen holandés que en 1810 le pidió a la Junta de Mayo 4 mil pesos para la construcción de un aeróstato, pasando por Jorge A. Newbery, quien realizó la primera ascensión en esférico en la Navidad de 1907. O Teófilo Tabanera, el primer ingeniero que dirigió la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE). Más allá de nombres y sus muchos méritos, no podrían superar a los dos únicos astronautas argentinos, cuyas historias no se suelen contar. Tal vez por son un ratón y un mono. Los primeros en visitar el espacio exterior.

La historia del ratón Belisario y el mono Juan se enmarca en un contexto de vertiginosa competencia entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS, por dominar el espacio. Luego de la Segunda Guerra Mundial, los países comenzaron a utilizar los avances de la ciencia creados para potenciar su poderío bélico para aplicaciones menos agresivas.

La idea de sacar al hombre de la Tierra era un viejo anhelo e la humanidad, y desde el fin de la contienda bélica se volvió una obsesión de ambos gobiernos. Los norteamericanos dieron el primer paso, a partir de la tecnología alemana secuestrada luego de la rendición nazi.

Los propulsores de sus cohetes V2 permitieron sacar los primeros seres vivos al espacio: fueron moscas de fruta. Si bien parece insignificante, desde hace décadas se usan estos insectos para plantear modelos en neurociencia o genética.

A partir de allí comenzó el uso de animales para estudiar los efectos y necesidades de un lanzamiento. Los soviéticos pusieron a Laika, el primer ser vivo en orbitar la Tierra un 3 de noviembre de 1957, lo que catapultó al animal a la fama planetaria.

La historia no siempre se cuenta con detalles, ya que la perra murió quemada porque la temperatura de la cabina aumentó fuera de los parámetros pensados.

Así, un experimento tras otro, los países avanzaron hasta aquel 21 de julio de 1969, cuando el hombre piso la luna, dando inicio a la era especial, mucho más simpática que la era nuclear, que se inauguró el 4 de agosto de 1945, cuando se lanzó la primera bomba atómica.

La argentina entra en esta historia en el año 1947, durante el primer gobierno peronista, cuando se crea la CNIE. A partir de allí, en medio del clima de desarrollo tecnológico e industrial auspiciado por el gobierno de Juan Domingo Perón, comienzas las pruebas con varias familias de cohetes: Gamma Centauro, Beta Centauro, Orión y otros.

Los trabajos fueron coordinados por la comisión, con apoyo de la Fuerza Aérea y científicos de distintas especialidades, incluyendo ingenieros, físicos y médicos. Así trabajaron y avanzaron en las sombras de la carrera entre las superpotencias hasta 1967. Y es aquí donde aparece el cordobés Belisario.

Luego de 150 lanzamientos, llega el primero tripulado: ese año, el ratón permaneció 30 minutos en el espacio dentro del cohete Yarará y se convirtió en el primer ser vivo de origen argentino y el cuarto en el mundo en abandonar la atmósfera y regresar sano y salvo a la superficie terrestre.

De esta forma, no sólo se ingresó a la vanguardia aeroespacial, sino que se mejoró lo realizado por la URSS con Laika, entusiasmando a los gobiernos nacionales.

En su libro Historia de la actividad aeroespacial en la Argentina, el ingeniero Pablo de León cuenta detalles de la epopeya del ratón Belisario, de 5 meses y 170 gramos de peso al día del lanzamiento, según el Instituto de Biología Celular de la Universidad de Córdoba, donde nació.

Belisario fue seleccionado entre varias ratas que no sospechaban lo que les depararía el destino. Esta fue la más dócil y rápidamente se adaptó al uso del arnés y el chaleco”, explicó. Lanzado desde la Escuela Aerotransportada de Córdoba, Belisario se elevó 2.300 metros, y 50 minutos más tarde, el ratón fue rescatado sano y salvo, aunque mojado en transpiración, muy nervioso y con 8 gramos de menos.

“Durante el vuelo se registraron sus datos de respiración y cardíacos y también las temperaturas internas y externas”, recordó De León, como parte del proyecto BIO, que buscaba llevar una persona al espacio exterior.

Luego de Belisario llegó la rata Dalila, cuyo viaje se emprendió bajo una dosis de anestesia compuesta por diazepan y pentobarbital. Las aspiraciones de los responsables del programa era conseguir la mayor información para poner un humano en órbita. Por eso, como siguiente paso, pensaron en un mono.

Entre el 67 y el 69 hubo una veintena de lanzamientos con estos animales, que no consiguieron grandes hazañas, e incluso la mayoría no sobrevivió al experimento, ocultando sus nombras para la historia. Pero el 23 de diciembre de 1969 fue el turno de Juan, un mono caí oriundo de Misiones de apenas un kilo y medio de peso, que atravesó la atmósfera y regresó a la tierra, en un vuelo que superó los 80 kilómetros de altura, y duró unos pocos minutos.

La conquista del espacio –técnicamente Juan llegó a la meósfera –se logró desde el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados, ubicado en el departamento Chamical, en La Rioja, y convirtió al simpático mono en el primer astronauta argentino. Para resguardar su vida, se construyó un asiento especial, que absorba la fuerza del impulso del cohete, y una cabina que mantuvo en torno de los 25 grados la temperatura. Juan, como todos los animales astronautas, fue sedado, y en su caso además cegado, para evitar el estrés del viaje.

En una nota en la revista Confirmado de septiembre de 1969 –dos tres meses antes del lanzamiento de Juan –médico Hugo Crespín, a cargo del proyecto BIO, recordaba que el mono casado por Gendarmería Nacional “es muy díscolo, varias veces trató de escaparse y tuvimos que doparlo cuando necesitamos tomarle las medidas para diseñar el asiento que lo llevará al espacio”.

El habitáculo mide 30 centímetros de largo por 45 de alto, y se ubicó en la sonda del Canopuss II, que lo llevó a destino. En un primero momento, la idea era que el Castor, un proyecto que resumió toda la experiencia argentina en la materia, iba a ser el encargado de llevar la mono, pero no alcanzó a estar listo.

El “niño mimado del IIAE”, como se conocía a este cohete, contaba básicamente, de cinco cohetes Canopus; cuatro de ellos conforman la primera etapa del vehículo, que escalará los 300 kilómetros de altura. “A esa distancia comenzará a funcionar el motor del quinto Canopus, el cual —según se espera— deberá superar los 500 kilómetros. Algo que autoriza a presumir que la Argentina podrá instalar, a corto plazo, sus propios satélites artificiales”, recuerda la nota de Confirmado.

Este hito se alcanzó el día anterior de lanzar a Juan, con un vuelo de 400 kilómetros. Después, en al menos seis veces más hasta 1979, se logró esa meta, considerada el apogeo de la industria delos cohetes en el país.

En la actualidad, los astronautas argentinos son parte del Museo Aeroespacial de Córdoba, donde puede conocerse sus historias. Incluso se puede ver el cuerpo de Belisario, embalsamado y exhibido en el lugar.

Sus nombres están escritos en el mármol de una actividad que se fue apagando. La dictadura de Jorge Videla y compañía abandonó el financiamiento del sector, de la mano de la política económica neoliberal de su ministro José Martínez de Hoz.

Hubo un breve repunte luego de la Guerra de Malvinas en la producción de cohetes, que derivó en el proyecto Cóndor II, para crear un misil balístico que no soportó las presiones de Estados Unidos y fue cancelado en los 90. Ya en aquellos años dorados, los recursos eran un problema.

El comodoro Aldo Zeoli, director del IIAE, decía en la previa al lanzamiento de Juan al espacio: “Tropezamos con el eterno problema de la investigación en nuestro país: la escasez de presupuesto”. Como ejemplo, se decía que en1969, la NASA le pagaba a un técnico 250 mil pesos mensuales, y en nuestro país “apenas llegan a 110”.

Sin embargo, por unos años la epopeya espacial evitó las diferencias políticas. La piedra inicial la puso el peronismo, Arturo Frondizi puso en marcha el IIAE e incluso la dictadura de Juan Carlos Onganía financió los lanzamientos. Una muestra de unidad que una calurosa tarde de diciembre, en La Rioja tuvo su página más gloriosa. Provincia que vio nacer al presidente que prometió “salir de la atmósfera, remontarse hasta la estratósfera, y de ahí a cualquier lugar”, sueño que nunca cumplió. Pero ese es otro capítulo de la historia menos virtuosa.

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias