"Perón no vuelve porque no le da el cuero". Con esa provocación, el dictador Alejandro Agustín Lanusse precipitó lo que el pueblo peronista esperaba por 17 años: la vuelta de Juan Domingo Perón a la Argentina. Desde hacía unos años la dictadura militar y el líder jugaban una compleja partida de ajedrez, que cada vez sumaba más jugadores. Al final, la provocación de Lanusse fue el último impulso para que Perón realice su primer retorno, concretado el 17 de noviembre de 1972. La llegada, parcial, iniciaría el ciclo que uniría nuevamente al líder con su pueblo, que tuvo que esperar hasta el 20 de junio del año siguiente.
Habían pasado 17 años de la salida de Perón del país, 17 años de dictaduras y gobiernos frustrados. De represión criminal, que hasta intentó prohibir el nombre del ex presidente. Por eso la vuelta fue un triunfo de esa resistencia, del peronismo y de la democracia. Ese triunfo quedó plasmado en el colectivo popular como el Día del Militante, para recordar ese trabajo anónimo que alimenta la política desde la base. Son esos peronistas de pizarra y carbón, los radicales de la boina blanca, los anarquistas de fascines y poesía, los comunistas de las barriadas obreras. Son ellos, los verdaderos protagonistas de una historia que hablan de algunos pero que es de todos.
Cuando Lanusse lanzó su desafortunada frase, la vuelta encontró su excusa justa. Y se hizo indetenible. 10 días antes de su vuelta (7 de noviembre de 1972), Héctor Cámpora anuncia que Perón regresará al país el 17, finalizando una serie de especulaciones (ver recuadro). Un día antes de aterrizar en la Argentina, el diario Crónica publica una carta del líder anunciando su vuelta. "Pocos podrán imaginar la profunda emoción que embarga a mi alma ante la satisfacción de volver a ver de cerca de tantos compañeros de los viejos tiempos, como a tantos compañeros nuevos, de una juventud maravillosa que, tomando nuestras banderas, para bien de la Patria, están decididos a llevarlas al triunfo", afirmaba Perón.
En esa carta, el líder le pide a la militancia "el mejor ejemplo de cordura y madurez política", y anuncia el objetivo de su vuelta: "mi misión es de paz y no de guerra. Vuelvo al país, después de dieciocho años de exilio, producto de un revanchismo que no ha hecho sino perjudicar gravemente a la Nación. No seamos nosotros colaboradores de tan fatídica inspiración".
En su libro "La Patria Sublevada, una historia de la Argentina Peronista", el escritor Alfredo Silleta analiza la decisión de la vuelta: "Era una jugada arriesgada, a suerte y verdad, donde no se sabía si los militares lo permitirían finalmente. Muchos dirigentes justicialistas se reunían con miembros de las Fuerzas Armadas para saber que pasaría si Perón volvía al país. Antonio Cafiero recordó en una entrevista realizada por Carlos Eichelbaum para la revista Los ‘70 que se reunió con Lanusse en la quinta de Olivos y le anunció que Perón había decidido volver al país, ante lo cual el general Lanusse empezó a gritar diciendo que "no iba a permitir que la negrada le hiciera un nuevo 17 de octubre".
Pero las palabras de Perón no pudieron evitar algunos incidentes. El General volvía para pacificar a dos "paraejércitos" peronistas: el revolucionario y el contrarrevolucionario, soportando, incluso, a las Fuerzas Armadas en su contra. Regresaba también con el recuerdo de una mujer que, para muchos, fue más grande que él (Eva Duarte), y con la sombra de traidores disfrazados, de leales sin resguardo, de un gobierno a la deriva, de muchos años encima, de una enfermedad y con un cansancio enorme. Demasiadas cosas para un hombre.
El 17 de noviembre de 1972, a las 11.20, ese combo de historia pisaba suelo argentino. Para resguardar su seguridad, hubo un "Plan B" por el cual, aduciendo razones técnicas, aterrizaría en el aeropuerto de Carrasco, Uruguay. Un plan premonitorio, ya que el conflicto sangriento se desataría el 20 de junio de 1973, en su retorno definitivo, cuando el movimiento nacional y popular preparó la más grande fiesta política de la historia. Una fiesta con incidentes, como recordó tiempo después al periódico El Descamisado Eduardo "Carlón" Pereira Rossi, un experimentado militante peronista.
"Ese día fue muy lluvioso, nadie durmió esa noche, y a eso de las cuatro de la mañana paramos unos micros urbanos que comenzaban a circular y arreglamos con los choferes para que nos acerquen lo más que pudieran a Ezeiza, pues estaba todo acordonado por las fuerzas militares. Llegamos a la madrugada a la autopista y al arrimarnos para iniciar el camino hacia el aeropuerto, comenzaron los enfrentamientos con los militares; con lo cual a la media hora de estar intentando pasar, el núcleo con el cual habíamos partido estaba totalmente disperso en los bosques de Ezeiza, cada uno por su lado. Nos encolumnamos y comenzaron a dispararnos, a tirarnos gases lacrimógenos, tiros al aire y la columna se mantuvo bien formada hasta un punto en que se hizo imposible conservar la disciplina de la gente, y el grueso de la columna comenzó a correr hacia el único lugar donde no había militares. Ahí hay una imagen que siempre guardo, que es que mientras íbamos corriendo, -además, era un espectáculo impresionante por la cantidad de gente que lo hacia-, un compañero, -desconocido para mi-, que se había subido a una especie de lomita que había sobre el terreno y en medio de la niebla que provocaba la lluvia y los gases lacrimógenos agitaba una bandera argentina. Era una imagen de guerra verdaderamente".
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