viernes 19 de abril de 2024 - Edición Nº1962

Nación | 6 jun 2023

ANÁLISIS

Los errados caminos de la dolarización o la yuanización

La búsqueda de alternativas al uso del dólar ha cobrado impulso por las recientes sanciones occidentales impuestas a Rusia por el conflicto en Ucrania. China ha tomado debida nota de ello y está tomando medidas preventivas.


Por: Ricardo Auer

La potencia que domine geopolíticamente al mundo siempre impone su moneda para el pago de las transacciones internacionales, que además se utiliza como moneda de reserva de valor. Durante el siglo XIX fue la libra esterlina del Imperio Británico, le siguió el oro y otras varias, en el período intermedio entre las dos guerras civiles europeas (I y II GM) y finalmente tras la IIGM se acordó, en julio de 1944, dentro del Acuerdo de Bretton-Woods, al dólar estadounidense como moneda hegemónica, siempre que su valor estuviese respaldado en oro. Pero en 1971, durante la presidencia de Richard Nixon, EE.UU. decide romper esa relación con el oro e impone su hegemonía simplemente por la confianza que le otorga su status de principal potencia global, además de su presencia en los principales escenarios financieros del globo. Se consolida a partir de ese momento como una moneda “fiduciaria” sin valor intrínseco, pero con un valor legal propio. Fiduciario (del latín fiduciarĭus, de fiducĭa “confianza” y esta a su vez de fides “fe”) porque se basa en la confianza o en la fe del resto de la comunidad de naciones, pese a no tener un claro respaldo material.

Estos sistemas de monedas de reserva no son para nada nuevos; ya se utilizaban en el siglo XI en la etapa de máximo esplendor de China, durante las expansiones de las dinastías Yuan (de origen mongol) y Ming (chinos han). Con la invención del papel, aparecieron los primeros billetes con certificación legal, siempre con el respaldo de oro o del poder de alguna potencia dominante, que la utilizaba para expandir su comercio y su influencia más allá de sus fronteras.

Desde siempre el poder de las naciones tuvo tres componentes: el económico, el militar y el del conocimiento. Según una leyenda, la diosa suprema de la nación japonesa, Amaretasu, fue provista de sanshu no jingi (tres tesoros sagrados), los símbolos del poder imperial: la espada (la fuerza militar), las joyas (el dinero, el poder económico) y el espejo (el poder personal, del ser humano, de la fe, del saber, del conocimiento, del liderazgo). Tríada del poder interactivas entre sí y utilizadas en todas las actividades humanas, ya sea por su magnitud o por su calidad.

Si el respaldo de una moneda no se expresa por la cantidad de oro o de petróleo (poder económico o material), solo puede “medirse” por los otros componentes: el militar y el poder tecnológico; es decir los componentes claves de la geopolítica actual. El ascenso del dólar estadounidense, hasta lograr su poder hegemónico, es un fenómeno característico del siglo XX. Hacia el año 2015 es utilizado en más de un 80% de las transacciones (financieras y comerciales) a nivel mundial y representa el 60% de las reservas globales, pese a la crisis financiera del 2009. A inicios de este siglo otras monedas de reserva son el Euro (25%), la libra Esterlina (4%); el Yen (3%) y el Franco Suizo (<1%). Aún no había interrumpido China en el contexto mundial. El oro siempre ha sido utilizado como una reserva importantísima, precisamente muy útil en los momentos de crisis geopolíticas. Se dice que Rusia posee la mayoría de sus reservas en oro.

El verdadero respaldo actual del dólar a lo largo del siglo XX y hasta ahora, es el enorme y sostenido gasto en Defensa de los EE.UU. El gasto militar (en miles de millones de USD) con datos de 2022 es el siguiente: EE.UU. gasta 877 (3,5% del PBI); China 292 (1,6% del PBI); Rusia 86 (4,1% del PBI); India 81 (2,4% del PBI); Arabia Saudita 75 (7,4% del PBI); Gran Bretaña 69 (2,2% del PBI); Alemania 56 (1,4% del PBI); Francia 54 (1,9% del PBI); Corea del Sur 46 (2,7% del PBI); Japón 46 (1,1% del PBI); Ucrania 44 (34% del PBI).

Las ventajas objetivas para EE.UU. que le da la hegemonía del dólar son innegables. Entre otros, le permite tener frecuentes déficits presupuestarios y comerciales, incurriendo en gastos extraordinarios que son cubiertos con emisión. Gastos que le permiten acelerar la inversión en desarrollos tecnológicos de punta, sacándoles ventajas a sus competidores. O bien invertir en modernizar sus sistemas de armas. O bien invertir en otros países a costos financieros muy bajos. Todas “ventajitas” no competitivas que retroalimenta su poder. El lado negativo de su hegemonía ocurrió durante el período de la híper-globalización financiera (1990-2020), en la cual autodestruyeron sus fábricas y los correspondientes empleos, importando masivamente productos de consumo y bienes intermedios, provocando enormes déficits comerciales, que resolvían imprimiendo billetes. Al haberse convertirse EE.UU. durante el período 1990-2020, en un importador global de último recurso, le permitió a China y otros países de rápido desarrollo que acumularan, por la vía exportadora, ahorros en dólares, la moneda de transacción global. Esa política de absorber los excedentes de ahorro de todo el mundo fue el verdadero motor de la globalización y aseguró su estatus de moneda de reserva. Pero a costa de su declinación industrial, a la pérdida de buenos empleos y de calidad de vida de los norteamericanos medios. Con la llegada de Trump, y actualmente continuadas por Biden, aquel proceso se ha invertido, tratando ahora de atraer empleo industrial y a las industrias más estratégicas a su propio territorio.

Si bien esto explica lo sucedido en los últimos veinte años, nada nos dice de lo que podría ocurrir en los próximos veinte. Todo depende de la evolución del entorno geopolítico y geoeconómico, que no es sólo un problema militar, ya que la guerra irrestricta o híbrida en curso, abarca el conjunto de las actividades humanas. Algunos indicios nos muestran que en el mundo actual están surgiendo desafíos a esa hegemonía del dólar estadounidense. Los países se van conectando y hacen alianzas de todo tipo: económicas, financieras y militares. Una de las principales es el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), donde se ve claramente la importancia de la demografía, de la posición geográfica y de la historia. Los BRICS están estudiando la posibilidad de crear una moneda común, respaldada en oro, metales raros, tierras, extensiones de terreno y otras materias primas. Rusia, Brasil y China son sus principales impulsores. Los BRICS representan alrededor del 40 por ciento de la población mundial y se estima que un poco más del 30% del PIB mundial. Y varios otros países, han expresado interés en unirse a BRICS; entre ellos Arabia Saudita e Irán. También en el ASEAN Group (Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam) discutieron la necesidad de “reducir la dependencia del dólar estadounidense, el euro, el yen y la libra esterlina” para transacciones financieras, sustituyéndolas por monedas locales. Brasil (el presidente Lula) habló recientemente de exportar granos a China en yuanes. Arabia Saudita acepta yuanes por sus ventas de petróleo a China. Hasta Goldman Sachs relata la posible expansión a un sistema multi-divisas en el que incluye a países emergentes como México, Turquía, Egipto, Indonesia, Bangladesh, Vietnam, Pakistán y las Filipinas. Es evidente que el mundo está cambiando.

Pero el dólar tiene mucho margen para seguir siendo la principal moneda del mundo. Para la mayoría de los países no es fácil salirse del circuito cerrado del dólar. La idea de una moneda BRICS parece compleja y no pareciera que pudiese cambiar, en el corto plazo, el dominio del dólar. Los diferentes sistemas económicos y políticos dentro del BRICS hace difícil tener una moneda en común. Lo más probable es que decidan realizar más comercio bilateral utilizando sus propias monedas, como ya sucedió con el comercio de petróleo de Rusia e India, aunque una moneda única facilitaría enormemente el comercio dentro del grupo y permitiría en alguna medida actuar como moneda de reserva. Además, facilitaría las inversiones recíprocas, bajaría el costo asociado a los gastos comerciales, al financiamiento y a los altos costos de los cambios flotantes. La dificultad para implantarla es que necesitaría un Banco Central, de difícil creación y ubicación geográfica.

La búsqueda de alternativas al uso del dólar ha cobrado impulso por las recientes sanciones occidentales impuestas a Rusia por el conflicto en Ucrania. La congelación de las reservas rusas de 300.000 M USD por parte de EE.UU, obligó a los rusos a buscar soluciones de pago por afuera del sistema norteamericano. China ha tomado debida nota de ello y está tomando medidas preventivas. El Ministerio de RR.EE. chino expresó, en un extenso documento político, que “la hegemonía del dólar estadounidense es la principal fuente de inestabilidad e incertidumbre en la economía mundial”, ya que “las sanciones de Washington se han convertido en un arma geopolítica”. La administración Obama inició la política de sanciones económicas; contra Irán y otras naciones, además de las sanciones secundarias, que son las que deben cumplir otras naciones porque, caso contrario, pierden acceso a ciertos mercados. Decía Charles de Gaulle que tener la moneda líder en el mundo es un “privilegio exorbitante”. Pero usar ese privilegio con demasiada frecuencia y contra los demás, puede ser contraproducente, ya que incitará a éstos a apartarse de la senda principal e iniciar su propio camino.

Es probable que China adopte la posición de ir socavando pausadamente la hegemonía del dólar, sin apresuramientos que podrían resultarle contraproducentes. En 2021, el país obtuvo el 43% de su PIB de la inversión, casi el doble del nivel de los EE.UU. y otros países occidentales. Los chinos ahorran demasiado, pero lentamente empiezan a consumir más, y como el bienestar incita a consumir más bienes importados, el comercio exterior necesitaría más divisas. La doctrina china de máxima autonomía los llevará a ser menos dependiente del dólar y a generar más cadenas de suministro entre sus aliados sin la utilización del dólar o utilizando sus propias monedas (BRICS y otros).

Cambiar rápidamente los modelos económicos no es fácil. A Alemania le resulta difícil mantener la competitividad sin gas ruso barato y con un suministro global reducido. EE.UU. necesita décadas para construir líneas de producción industrial y cadenas de suministros confiables. En China, los intereses políticos regionales son bastante resistentes a los cambios. China tiene aún 3,2 billones de reservas en dólares; cambiarlas por otras monedas es un proceso largo. Todo esto llevaría mucho tiempo, quizás una o dos décadas.

Pero es bien sabido que la necesidad tiene cara de hereje. En Argentina, que adolece de dólares, ha comenzado un rápido proceso de “yuanización”, corriente que va en el mismo sentido a las ideas de dolarización; ambas contrarias al interés nacional por socavar nuestra soberanía, que debería estar regida por un fino equilibrio de autonomía estratégica.

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