viernes 29 de marzo de 2024 - Edición Nº1941

Nación | 1 jun 2023

INFORME

Dolarización, etapa superior de la convertibilidad

Informe de coyuntura correspondiente del mes de junio de 2023 realizado por Marcelo Basualdo y editado por la Fundación Buenos Aires XXI.


Pareciera que, así como Lenin escribiera su famosa obra titulada “Imperialismo, etapa superior del capitalismo”, el encumbrado líder actual del liberalismo local también podría afirmar que su propuesta de dolarización superaría aquella etapa de convertibilidad que impusiera el ministro de economía de la Argentina de los años 90. Ironías aparte, esta propuesta de cambiar la moneda local por la estadounidense, en su curso legal, no reconoce demasiados antecedentes en otros países por más que pueda significar un inmediato éxito antiinflacionario en los pocos en que se ha aplicado como política específica. Sin embargo, la convertibilidad que, sin mayores dudas, consiguió una rápida caída de la inflación, tuvo antecedentes no solo en el país, en los años 90, sino también en México para la misma época, como casos más destacados. Pero la conversión de una moneda papel de uso local en una moneda de uso internacional, como el dólar, la libra esterlina, el euro o el oro es una práctica históricamente comprobada en numerosos países, cuando los bancos centrales emisores de estas divisas clave asumieron, interna e internacionalmente, un compromiso de sostener la conversión de sus monedas a lo largo del tiempo.

Las convertibilidades de México y Argentina en los 90 fue también un compromiso de conversión de sus monedas locales, a un determinado valor o tipo de cambio fijo, en dólares estadounidenses. Es decir, la moneda local se encuentra respaldada a través de los dólares que en poder del Banco Central éste asegura poder canjearlos por pesos ante cualquier demanda de dólares por parte del público. Esta mecánica de “caja de conversión” sucedió inevitablemente entre 1992 y 2001 en el país.

En la historia contemporánea, el caso que inauguró la mecánica de conversión en un activo de reserva de valor fue el del Banco de Inglaterra, en 1850, al comprometerse a convertir una moneda papel, la libra esterlina, en una moneda de oro en un valor o tipo de cambio fijo a lo largo del tiempo, cosa que resultó factible hasta 1914, cuando se inició la Gran Guerra. Ese sistema de transacciones internacionales en divisas con respaldo en oro, el Patrón Oro, estuvo vigente en ese período y se reinstauró en 1925 hasta su final eliminación en 1931.

Este sistema al que también adhirió Argentina -a través de sus cajas de conversión, periódicamente entre 1870 y 1914-, era un sistema mundial que garantizaba que las monedas fuesen una reserva de valor a lo largo del tiempo y generasen confianza en que ellas no se iban a depreciar a pesar de ese paso del tiempo ya que podían ser convertidas en oro, en todo momento. Como esa moneda conservaba su valor en oro sería capaz de adquirir los mismos bienes luego de mucho tiempo ya que, habiendo una disponibilidad de oro constante, no había razón para que esos bienes cambiasen su precio en libras esterlinas, francos o marcos, respaldados en oro. O sea, lograda así la estabilidad del valor de las monedas no solo no había inflación, sino que la confianza en las instituciones monetarias de los países era tal que el público podía depositar su dinero en los bancos, que sus bancos centrales regulaban, y así expandir notablemente los préstamos y las inversiones.

Éste era el virtuosismo del Patrón Oro y sobre esto o sus también notorios defectos cabría explayarse, pero solo importa destacar que su inexistencia durante la primera guerra o su ya limitada restauración en varios años posteriores, acarreó graves problemas inflacionarios a media Europa y, principalmente, a aquella afectada por las impagables deudas impuestas a Alemania, por el tratado de paz de Versalles de 1918. En vista de ésta y otras cuestiones, Inglaterra reconstruyó el patrón oro en 1925 y luego de la hiperinflación de 1923, Alemania realizó una reforma monetaria que otorgó estabilidad y condición de reserva de valor a su moneda en una suerte de convertibilidad sostenida por el aporte de ingentes reservas internacionales resultado de abundantes créditos de inversores norteamericanos en hipotecas de vastas propiedades del Estado alemán.

Rudiger Dornbusch, profesor del MIT, hacia fines de los años 80, recordó a autoridades americanas y argentinas, con mucho mayor detalle de lo hecho aquí, este proceso de convertibilidad alemán que significó la estabilidad cambiaria y de precios, superando la destrucción de la guerra y la opresión de la deuda externa.

Otros autores nacionales -Juan José Llach, Pablo Guerchunoff y Esteban Cottely, entre otros- también se explayaron al respecto y estas argumentaciones de origen histórico encontraron un ambiente favorable en la liberalización económica, la privatización de empresas estatales con su ingreso de capitales extranjeros y el apoyo del FMI y el BIRF a un país empeñado, y comprometido con ellos, en aplicar sus reglas del Consenso de Washington de 1988. En este contexto la aplicación de la convertibilidad en 1992 fue una herramienta coherente dentro del contexto de políticas públicas que se comenzaron a aplicar desde 1989, casi al igual de lo que sucedió en México con el gobierno iniciado en 1988, tanto en este sentido como en el de las de extendida liberalización, privatizaciones y préstamos de organismos internacionales, públicos y privados.

La crisis de deuda externa mexicana de 1995 -el “efecto tequila”- que comenzó a dejar en soledad a la convertibilidad argentina no logró más que “contagiarla” un poco y sin mayores daños subsistió hasta el año 2001, aunque el costo de un creciente gasto público resultó en un ingente financiamiento internacional hasta un nivel de crédito externo que los acreedores, en aquel año, decidieron no seguir renovando, desatando un pánico financiero que, finalmente, hizo insostenible la convertibilidad.

El caso que se esgrime en el mismo sentido de nuestra titulación -de dolarización como etapa superior de la convertibilidad- es el del Ecuador y, en realidad, tiene su lógica comparativa con el argentino porque los dramas económicos previos a la convertibilidad -de fines de los años 80- habían sido similares a los de este país a fines de los años 90. Argentina, en ese ambiente particular del Consenso de Washington, optó por la convertibilidad para transitar esa década pero en un Ecuador donde naufragaron algunos intentos de convertibilidad en esos años -según relata el Profesor Pablo L. Paredes de la USFQ-, en 1999 dieron paso a un proyecto de dolarización que adoptó y comenzó a aplicar el gobierno de turno y que luego sostuvo el que lo sucediera para finalmente consolidarse en los más de 20 años que transcurrieron hasta la actualidad, cuando este sistema continúa absolutamente vigente. Este profesor junto con algunos de la Universidad del CEMA son un poco los propulsores de la tan mentada dolarización que conmueve el panorama electoral del año en curso, a través de una de las candidaturas presidenciales.

A diferencia de otros pocos casos de dolarización, éste contiene algunos perfiles válidos de comparación con el caso argentino y es por eso que, entiendo, ha resultado aprovechable y difundible por parte de profesores del UCEMA. Con todo, a diferencia de la convertibilidad de los años 90 este experimento de Ecuador ingresó tardíamente a la oleada liberalizadora inaugurada por el Consenso de Washington de fines de los años 80 por lo que es a través de éste que, en realidad, va a intentar a avanzar con los preceptos a los que Argentina se había abrazado en los 90.

Para ahondar un poco en una comparación con el caso argentino resulta importante recurrir al trabajo sobre “Dolarización: dos décadas después” que en 2019 editó Mateo Villalba y donde resulta de importancia rescatar algunos aspectos del artículo de Carlos de la Torre Muñoz que lo integra, sobre “Revisión histórica y técnica del uso del dólar en el Ecuador”.

Este economista que fuera Ministro de Economía del gobierno que aplicó la dolarización cuenta que “…la banca pudo recibir depósitos en dólares, afianzada con la LGISF (ley de reforma financiera de 1994), y esto contribuyó a la proliferación de transacciones en esta moneda. Históricamente hubo transacciones en pequeña escala al menos desde los ochenta, como opción preferente en determinados mercados para contrarrestar los efectos de la inflación, un problema endémico en Ecuador desde inicios de la década…”.

“…La inflación galopante llevó a un incremento sustancial del uso de la moneda norteamericana como reserva de valor y medio de pago incluso para transacciones menores. Ya no solo se transaban bienes raíces y vehículos en dólares, sino electrodomésticos y diversidad de productos principalmente de origen externo. Con ello ya se configuraba claramente un proceso de “dolarización de demanda”. El dólar desplazaba al sucre por decisión y utilización de la propia ciudadanía...”

Aquí se puede encontrar una notable coincidencia con el caso argentino ya que es evidente que la bancarización del dólar tiene también una notable difusión desde poco después de la reforma financiera de 1977, aunque claro está que aquí este proceso lleva 40 años y ha llevado a que algunos políticos reconozcan la existencia de una economía bimonetaria.

No es tan usual en otros países en que haya una dolarización extendida de las transacciones como se relata en este caso y como ocurre, desde hace décadas, en Argentina. Chile o Brasil, por ejemplo, no tienen la conciencia bimonetaria de los casos comparados, pero algo de esto también está presente en Uruguay, Paraguay y en varios países centroamericanos, así como en México, particularmente, en razón de las remesas de migrantes de estos últimos desde Estados Unidos hacia ellos. No obstante, economía bimonetaria no significa totalmente dolarizada como resultó ser el caso de Ecuador.

Un perfil crucial para la aplicación de esta política en Ecuador, en enero de 2000, fue la crisis financiera que había llevado al generalizado congelamiento de los depósitos en las entidades financieras para lograr evitar una absoluta caída de estos que las llevaría a la quiebra y al público a una corrida hacia el dólar que podía originar una inmensa fuga de divisas y una profunda crisis externa. Dado que la dolarización se produjo fijando la tasa de conversión entre la moneda local, el sucre, y el dólar a un valor notablemente alto -25.000 sucres por dólar- el rescate de la totalidad de la masa monetaria se haría mediante tan solo 567 millones de dólares.

Como el congelamiento de depósitos ya llevaba un año esto significó una gran pérdida de capital en dólares de los depósitos en sucres, ya que el equivalente de éstos, en dólares, resultaba muy superior al tipo de cambio muy inferior de un año antes. Es decir, los ahorristas perdieron buena parte de su capital real, en dólares, al serles devueltos sus depósitos, al decretarse la finalización de su “congelamiento”.

Esto redujo ostensiblemente la cartera “real” de depósitos o, lo que es lo mismo, disminuyó el pasivo real de los bancos, lo cual significaba un aumento de su patrimonio neto por este efecto y un salvataje automático que alejó de la quiebra a la mayoría de ellos, aunque se hubiese acabado ese año de inmovilización de depósitos. Mediante otros procedimientos y circunstancias esto recuerda a la pérdida de valor de aquellos depósitos argentinos iniciada mediante otro “congelamiento”, llamado aquí “corralito”, y finalmente se realizase a través de una “pesificación asimétrica”. Ésta significó la devolución en pesos -a un tipo de cambio inferior, aquí- de los depósitos en dólares de los bancos, con lo cual el capital en dólares inicial tampoco logró ser rescatado por los ahorristas argentinos. Esto sucedía en un camino de regreso de la convertibilidad, en Argentina, desde diciembre de 2001 y durante gran parte de 2002.

Hay otra cuestión a destacar en este caso ecuatoriano que son los 3 años sucesivos de inflación que se verificaron desde la implantación de esta política monetaria, a pesar que la idea básica fuese que con los dólares existentes como moneda local dejaría de haber emisión monetaria y, en consecuencia, la inflación se paralizaría total e inmediatamente.

Ésta es la parte del detallado relato de este funcionario de la “dolarización” que resulta algo insuficiente y es por eso que cabe una cita textual de su escrito y una pausa para profundizar en otro momento sobre esta etapa inflacionaria de este caso: “… La realidad demostró ser más complicada que lo que podía prever una apreciación netamente técnica. Debido al elevado tipo de cambio para el nuevo esquema monetario, considerando que su incremento sustancial se produjo durante los meses previos, muchos precios en sucres eran imposibles de “redondear” de forma exacta a su valor en dólares…”

“… En el caso de mercancías y servicios de reducido valor, ni siquiera podían pagarse con la nueva moneda, ya que el centavo de dólar, la especie mínima, equivalente a 250 sucres, superaba muchas veces dichos precios. Esta situación, sumada al aprovechamiento de muchos, incidió notablemente en un incremento importante de precios con el pretexto de ajustarlos a los múltiplos y submúltiplos de las especies monetarias estadounidenses. Estos ajustes de precios resultaron en elevados niveles de inflación en los tres primeros años de la dolarización, y una modificación sustancial de los precios relativos de la economía…”

Hay otras discusiones técnicas interesantes como aquella relativa a que la expansión monetaria sólo podía ocurrir si había un ingreso neto de divisas en función de un balance de pagos positivo, pero, sin embargo, en los primeros años estos fueron negativos y, sin embargo, la liquidez o expansión monetaria secundaria o bancaria fue creciente, mientras que después balances positivos consolidaron la evolución. Los encajes bancarios resultaban normalmente altos, entre 20 o 30% del total de depósitos y esto resultaba suficiente como para hacer frente a los retiros de los depositantes.

Aquí hay otra coincidencia con el caso argentino de los depósitos en dólares, ya que, años después de atravesarse aquellos ajustes de 2001, en estos depósitos se aplicaron medidas para garantizar lo más posible el rescate de sus fondos en dólares por parte del público. Se estableció que estos depósitos solo pudiesen traducirse en préstamos a exportadores, con pruebas fehacientes de ingresos previsibles en divisas, resultado de su operatoria internacional, y además se establecieron elevados encajes o márgenes de reservas en efectivo para cumplir con los retiros exigidos por depositantes.

Esto permitió aquí también el mantenimiento de una cartera de depósitos considerable desde que se aplicara esta normativa, más de 15 años atrás, estimándose que actualmente estos alcanzan algo menos de 16.000 millones de dólares, aunque una sensible desconfianza del público ha hecho caer hasta este nivel el stock, desde hace unos meses atrás.

En definitiva y resumiendo, espero que haya quedado claro que la propuesta dolarizadora está realmente en línea con los procesos de convertibilidad que se han vivido en distintos países y, por cierto, no todos exitosos y permanentes. Si bien la convertibilidad extrema o dolarización de Ecuador estaría llegando a los 23 años de supervivencia también fueron considerables los casi 10 años de Argentina o algunos menos de México.

Con todo es de destacarse que la impronta antiinflacionaria que, en cada caso, alcanzaron estas experiencias estuvieron condicionadas a una disponibilidad de reservas internacionales que podría considerarse suficiente como para sostener el tipo de cambio de conversión. En el caso de convertibilidad, en una relación Reservas Internacionales/Base Monetaria elevada y en el de la dolarización ecuatoriana, de 100%, ya que la base monetaria en sucres sería totalmente canjeada por dólares al pasar a ser ésta, moneda legal, en teoría.

Pero también queda claro que los tiempos y los contextos geopolíticos han cambiado sustancialmente. Así como alguien habló de vientos favorables o de proa, es evidente que esos vientos impulsaron procesos liberales en los años 90 y, en sus postrimerías, al momento de su ocaso y crisis, Ecuador encontró una salida en un experimento de convertibilidad extrema.

El Patrón Oro es una parte de la historia e inclusive el Patrón Dólar -por su convertibilidad en oro- terminó con el famoso cierre de la ventanilla de oro de 1971 por parte de Estados Unidos. Con todo, el oro o el petróleo siguen siendo, con sus precios, indicadores clave del poder adquisitivo de las divisas clave, el dólar, el euro y ahora, el yuan chino. Con la inflación internacional que emerge de los precios de la energía y de las materias primas se verifica la depreciación real o la pérdida de valor de estas divisas clave.

No obstante, ellas siguen siendo fundamentales para llevar a cabo todo el comercio mundial y las inmensas transacciones financieras internacionales, tanto productivas como especulativas. Es decir que todos los países para participar en este concierto de naciones deben contar con suficientes divisas clave o reservas internacionales acumuladas. Sin ellas, sus monedas locales tienden a desaparecer mientras que con ellas se fortalecen.

Cuando como se ha revisado las crisis de Ecuador y Argentina en su punto álgido, casi en la misma época, se verifican salidas diferentes, pero con similares fuertes devaluaciones y de movimientos de precios relativos, con transferencia de ingresos y de riqueza.

Al objetivo de reconstituir reservas internacionales respondieron estas medidas de ajuste en ambos países y en el de Ecuador ese objetivo perduró ininterrumpidamente porque a la vez de las transacciones internacionales esas reservas debían sostener el sistema financiero dolarizado. En los momentos de aquellas crisis externas de ambos países la inflación prosperaba y no fue fácil que disminuyese rápidamente, pero con el progresivo saneamiento del sector externo, financiero y fiscal esto fue posible.

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