sábado 27 de abril de 2024 - Edición Nº1970

Nación | 2 may 2023

INFORME

¿Quién va a terminar de hacer el trabajo sucio?

Informe de coyuntura correspondiente a mayo de 2023 realizado por Marcelo Basualdo y editado por la Fundación Buenos Aires XXI.


A las usinas de propaganda política que llaman programas periodísticos de televisión, radio y redes no se les ha ocurrido hacer esta pregunta.

Seguro que la tienen en mente, ya sea porque se les haya ocurrido a algunos o, porque políticos o economistas se la hayan susurrado al oído a los conductores de estos programas.

Pero sucede que en medio de las crisis de aquí o del afuera, nada más peligroso o inconveniente que enfrentar la realidad de mercados financieros tal cual es, porque el público puede caer preso de un pánico generalizado y “el castillo de naipes volar por los aires”.

Entre esa hojarasca propagandística hay algo que ya parece ser claro y no puede ocultarse más: “Se terminó la plata” diría mi mamá en épocas difíciles o “se terminaron las divisas” o las reservas acumuladas tienden a ser ínfimas.

La razón de llegar a esta situación extrema se debe a que las exportaciones agrarias caen en 20 mil millones de dólares este año debido a la sequía.

En igual magnitud se ha reducido la capacidad de pago de nuestras importaciones y esto significa, en un corto plazo, la imposibilidad de importar algunos insumos críticos para la industria, determinante de sucesivas “paradas de planta” explicativas de faltantes de producción y consumo de artículos de todo tipo.

Es decir: recesión.

A la inflación se sumará la recesión.

Sin embargo, un Estado que tanto ha intervenido en la economía al revertir, en alguna medida, la liberalización de los años 90, algo tendrá que hacer ya sea que guste o disguste a quienes lo gobiernen.

Y lo que tiene que hacer no es agradable, sino que se trata del “trabajo sucio” con el que intitulamos este escrito.

La inevitabilidad de este trabajo resulta de un mecanismo simple del mercado o del balance cambiario.

A pesar del control de cambios y capitales si, como es el caso actual, la oferta de activos en moneda extranjera se contrae a un nivel mucho menor que su demanda, es irreversible que, por un elemental principio de escasez absoluta, el precio de esos activos o el dólar que, simbólicamente los representa, suba en forma sostenida.

La solución a que llega el mercado, autónomamente, después que los controles y los tipos múltiples de cambios no han logrado estabilizar el dólar, es simplemente a través de la contracción de la demanda de divisas cuando el precio del dólar es lo suficientemente alto –“recontra-alto”, como dijera alguno- como para desalentar una compra siempre limitada a las tenencias de pesos por parte del público.

Éste es el nudo de la cuestión y es bastante fácil su razonamiento.

Si el dólar en un corto plazo, un mes o dos, aumenta por ejemplo, 100%, a 1.000 pesos, aproximadamente, sería necesario que las tenencias monetarias, en pesos, del público demandante también aumentasen en 100% para lograr sostener su volumen demandado de dólares a igual nivel que el actual.

Eso, sin embargo, es imposible: aunque es factible que una espiral alcista del precio del dólar se sostuviese a corto plazo con las tenencias de pesos actuales es evidente que a determinada “altura” del tipo de cambio éste dejaría de ser demandado porque ya no habría más disponibilidad de pesos para seguir comprando.

La única posibilidad de tener una espiral cambiaria incontenible en su alza, sería la de una expansión monetaria continua que sostuviese la demanda de dólares y, evidentemente, llevaría a una hiperinflación.

En el año electoral de 1989 que, evidentemente, nos recuerda el presente, se disparó la hiperinflación cuando la crisis cambiaria y financiera se instaló en febrero de ese año y había como diez meses de por medio hasta que se diese un cambio de gobierno que, además, se daría entre fuerzas políticas rivales.

En fin, se adelantó el cambio de gobierno y el “trabajo sucio” que entraña afrontar estas crisis se desarrolló entre el gobierno saliente y el que lo sucedió.

En estas situaciones de crisis que acostumbra presentar la economía argentina desde los años 30 del siglo pasado hasta la actualidad, poco tiene que ver el signo político de uno u otro gobierno a que este tipo de situación le ha tocado en suerte.

Si nos centramos en el estricto proceso que se da en el momento culminante de la crisis cambiaria, resulta evidente cuál es la salida que, por otra parte, ha sido denominador común de todas las crisis recurrentes de esta economía.

La salida es precisamente la descripta: ante un tipo de cambio suficientemente alto y una escasez de tenencia de pesos de los demandantes de divisas, la demanda de dólares cae por la falta de pesos y, en consecuencia, la subida del tipo de cambio se hace insostenible y éste deja de subir.

Podría suponerse, luego, que la crisis se resuelve sencillamente, casi por sí sola, porque el ritmo de expansión monetaria necesario para sostener la demanda de dólares debería aumentar considerablemente para lograrlo.

Teniendo en cuenta el ejemplo de una devaluación de 100% en cortísimo plazo, una nueva vuelta en la espiral cambiaria debiera ser abastecida por un aumento de al menos 100 % en la expansión monetaria.

Hay pocos casos de crisis argentinas en que inclusive esto sucedió, acompañada por una notable aceleración inflacionaria, mientras que en la mayoría de estos episodios la contracción monetaria fue la clave de que se lograse alcanzar un tipo de cambio estable y que, de ahí en más descendiesen la inflación y las tasas de interés.

Lo esencial es lograr una contracción monetaria sostenible por un tiempo necesario que demuestre que el tipo de cambio alcanzado se estanca, que las tasas de interés siguen siendo altas, con ganancias para los ahorristas -que los especuladores no consiguen comprando dólares- y que la inflación empieza a bajar ante el estancamiento del dólar.

Este interregno donde la inflación ha “seguido galopando”, habrá dañado seriamente los salarios reales, determinando recesión y desocupación.

Con sus más o con sus menos este tipo de proceso de reconducción de una crisis profunda del sector externo ha tenido lugar, entre 1998 y 2002, resultando que entre fines de 2001 y el curso de 2002 se dio una evolución muy parecida a la descripta aquí, en sus lineamientos generales.

La contracción monetaria allí fue un logro buscado continuamente.

El célebre “corralito” literalmente le quitó al público gran parte del dinero disponible con que contaba en los bancos.

Luego se utilizó la técnica de pagar sueldos estatales y jubilaciones con bonos del Estado como forma de sostener la demanda de bienes, mientras que así se reducía la tenencia de pesos convertibles en dólares en manos de particulares y en su reemplazo se los proveía de una cuasi moneda inconvertible como estos bonos.

Esta última técnica, aplicada con el mismo sentido, la había inaugurado un liberal y monetarista en 1959 al pagar desde el Estado con otros bonos especialmente emitidos en aquellos años, entre 1959 y 1960.

Es notable que los economistas estructuralistas de 2002 hayan coincidido en esto con este otro personaje.

Desde una inflación de 43% en 2002, ésta pasó a 10% anual en 2003.

De 80% anual de 1959 la inflación pasó a 8% en 1960.

El pacto social de 1973 se asentó en un congelamiento de salarios y precios, lo cual llevó la inflación a niveles cercanos a 0% anual durante el año que duró su aplicación.

En 1975 las convenciones paritarias, celebradas en un contexto de fuerte devaluación del tipo de cambio oficial, determinaron una suerte de explosión salarial y esto llevó la economía a un régimen de alta inflación e inestabilidad cambiaria.

Durante un plazo de casi dos años, con el Plan Austral de 1985 se implementó un congelamiento de precios y salarios, como otras medidas desindexatorias que lograron llevar una inflación de 300% anual a alrededor de 50% entre mediados de 1985 y 1986.

La inflación mensual se había logrado reducir a 4% mensual, pero hacia fines de 1986 ésta se duplicó, a 8% mensual, a consecuencia del relajamiento de los controles de precios y salarios y una renovación de la presión cambiaria en el contexto de ajetreadas negociaciones con el FMI y el Banco Mundial respecto del financiamiento del sector externo.

Ya se hizo una breve referencia a que la restricción externa fue creciente y a principios de 1989 se desató una crisis financiera y cambiaria que terminó en un proceso de hiperinflación.

Hubo otras crisis de este tipo en otras épocas como en la década de los años 30, a partir de la crisis económica mundial que se inició en 1929.

En 1950 el gobierno argentino debió enfrentar otra grave crisis del sector externo sin mediación alguna del FMI y luego que la inflación acumulase 175% entre 1946 y 1949.

La sequía de 1950 a 1952 también agravó la resolución de esta crisis que contó dentro de sus ejes un congelamiento salarial que acompañó una contracción monetario fiscal.

En 1953 la inflación ya había vuelto estar en torno de 10% anual.

En otro ámbito, Brasil, hace pocos años una crisis de este tipo terminó con el derrocamiento de la presidente Dilma Rousseff en 2016 y condujo al país a una política económica de ajuste entre 2016 y 2018, a cargo de su vicepresidente que la sucedió en el cargo.

Es interesante observar que, al igual que en Argentina, el retroceso de los mercados de granos y carnes, de los que ese país y el nuestro dependen, se hizo presente entre 2014 y 2019.

Dentro de este intervalo, Brasil parece haber hecho el “trabajo sucio” fundamentalmente entre 2016 y 2018 mientras que pareciera que este mismo trabajo está en curso aquí, desde 2018 pero, estaría alcanzando su punto culminante en 2023.

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