Nación | 28 mar 2023
INFORME
Coyuntura global y Argentina (algunos datos económicos críticos)
Informe correspondiente al mes de marzo de 2023 realizado por Marcelo Basualdo y editado por la Fundación Buenos Aires XXI.
André Lara Resende, quien fuera profesor mío, en mis estudios de posgrado en la PUC / RJ, Brasil, es un economista y político brasileño que, hoy en día, tiene una inusitada centralidad en la determinación de la política monetaria y económica de ese país. Mi relación con él y algún otro profesor fue bien próxima, en razón de intereses académicos coincidentes, además de la convivencia en una misma universidad durante dos años.
Como economista, fue cuadro político del gobierno de José Sarney, del cual era ministro Fernando Henrique Cardoso, con el cual y junto a otros integrantes del Departamento de Economía de aquella universidad, implementaron el primer plan antiinflacionario con congelamiento de precios de los años 80, el Plan Cruzado. Luego, con Fernando Henrique ya implementaron el Plan Real, en los 90. El Plan Austral de Argentina estuvo inspirado académicamente en el Plan Cruzado, aunque aquel se aplicó unos meses antes que este último.
Después, André Lara, banquero de oficio, continuó su carrera política para terminar apoyando en los últimos años a una exitosa política, candidata presidencial en 2014, disidente del PT, Marina Silva. En razón de la alianza entre sectores afines a Fernando Henrique y el PT, André Lara se convirtió en asesor de la transición entre el gobierno de Bolsonaro y Lula, desempeñándose actualmente en el directorio del BNDS.
Pero lo importante es que hoy, como ya dije, André Lara adquirió absoluta centralidad mediática porque propone, con adecuados apoyos políticos, una considerable baja de las tasas de interés en el Brasil, después de años en que la tasa de interés allí fue, en forma casi constante, notoriamente alta. Actualmente, la tasa de referencia es de 13,75% anual en Brasil, cuando la tasa de inflación no superó 6% anual en 2022. En 2021, debido a los desequilibrios de la post pandemia, había subido a 10% anual, pero por principal influencia del aumento de la inflación internacional. En años anteriores la inflación en promedio había sido de alrededor de 5%, como actualmente, a excepción del caso de 2015 cuando alcanzó 10% anual y fue motivo, entre otras cosas, del derrocamiento de Dilma Rousseff y de la aplicación de un plan de ajuste que rigió básicamente durante la magistratura de Michel Temer.
¿Por qué bajar las tasas de interés en Brasil? Porque son notablemente positivas en términos reales y no es necesario que estén tan altas para atraer capitales externos que Brasil no necesita porque sus reservas internacionales alcanzan a más de 20% de su PBI, alrededor de 300 mil millones de dólares.
Esto último es lo que André Lara Resende afirma claramente y es evidente que una baja de los intereses en términos nominales y reales permitiría financiar una recuperación de la inversión industrial y de la innovación tecnológica, sin que esto signifique ningún riesgo inflacionario evidente.
Desde que, hasta los organismos financieros internacionales, vienen afirmando que la inflación es un fenómeno multicausal, ni la baja de las tasas de interés, ni la emisión monetaria son necesariamente sinónimos de inflación.
El pari passu (“tratado del mismo modo”) entre crecimiento e inflación que viene respetando la Reserva Federal de U.S.A. viene también a confirmar que la suba hasta 5% anual en su tasa de referencia podría atenuar la inflación sin entrar en recesión.
A su vez, en este sentido, se evidencia cierta coordinación, también, con el Banco Central Europeo en un despliegue de sintonía fina que apunta a un ajuste monetario suave que limite sus efectos recesivos.
Como se dice en Brasil, mientras que en el mundo las tasas de interés estaban en alrededor de 0% anual desde hace unos años atrás, en Brasil nunca se bajaron y tampoco se verifica que con sus tasas altas se construyese el nivel de reservas internacionales actual, el cual fue mayormente resultado de fuertes superávits comerciales con el exterior.
El impulso al agronegocio que fuera el soporte de esa acumulación de reservas desde los años 2000 continuó siéndolo también en los últimos años, cuando Bolsonaro apoyó concreta y explícitamente al sector.
Este economista sostiene la llamada nueva Teoría Monetaria Moderna que rechaza, por completo, el Teorema Monetario o su actualización monetarista. Esta teoría tiene sus orígenes en el “cartalismo” alemán de Georg Friedrich Knapp de 1895 y que al igual que Silvio Gesell, inspirase a Keynes en su tratado del dinero.
Todo esto es pensamiento heterodoxo, pero, en alguna medida, ha vuelto a tener vigencia cuando el funcionariado del FMI u otros organismos se han negado a aceptar ciegamente los principios monetaristas de Milton Friedman.
Particularmente, luego que desde la crisis de 2008 -y a pesar de la ingente expansión monetaria a que diera origen ese y varios años posteriores, incluyendo lo correspondiente a la pandemia- el impacto inflacionario no fue catastrófico y resultó controlable a mediano plazo.
Claro está que, la cuestión excede en mucho a lo académico, ya que BlackRock (la empresa más grande de gestión de inversiones del mundo) es omnipresente en todo país con apertura financiera internacional, y ésta es otra razón por la que, la deuda pública interna brasileña – en reales y en títulos públicos equivalentes a los benditos lebacs, leliqs, etc., argentinos- es realmente voluminosa, de aproximadamente 1,5 billones de dólares o, mejor dicho, igual a su monto en reales.
Sin embargo, su deuda externa es de 670 mil millones de dólares, que representa 42% del PBI.
No obstante, BlackRock en Argentina invertía en Lebacs y cuando una corrida cambiaria, debido a una rebaja en la tasa de interés interna determinó una salida de Lebacs y una demanda de dólares para monetizar esos títulos y sacarlos del país, el nivel creciente de devaluación condujo a una crisis financiera que produjo el endeudamiento con el FMI para pagarle a BlackRock la cancelación de sus fondos invertidos en estos títulos.
En el caso de Brasil podría esperarse que, si se bajan las tasas de interés también habría un rescate de títulos de deuda por la expectativa de un aumento del tipo de cambio local. Esto tiene que ver con una lógica especulativa inevitable, porque cuando está cayendo el rendimiento local de los títulos, los inversionistas extranjeros optan por mayores rentas en otros países y esto obliga a demandar dólares para fugarlos hacia esos otros.
En conclusión, Brasil podría tener un costo de pérdida de reservas internacionales con esta política, pero a diferencia de Argentina, no estaría “jugando con fuego” porque el respaldo en reservas internacionales es varias veces superior al que tuviera Argentina desde 2014 en adelante. Por esta razón y otras, incluidas en la supuesta “independencia” del Banco Central de Brasil, más una estructura bancaria casi oligopólica, es obvia la gran resistencia que despierta esta opción de política económica, aunque el apoyo de la burguesía industrial brasileña también se evidencia públicamente como muy relevante.
“Salga pato o gallareta” como dice ese inefable refrán campero, lo cierto es que sería muy saludable que esta conciencia de que se deben revertir las bases opresivas de la política monetaria y del capital financiero en Brasil se consolide y se alcancen políticas de expansión en el país vecino que traccionen su crecimiento económico y mayor bienestar social. Más allá de los buenos deseos, esto iría en beneficio de Argentina y Sudamérica, en general, por resultar principales socios comerciales de Brasil.
Mientras tanto, aguas abajo de ese río Paraná que nace en ese mismo país, la política antiinflacionaria que viene aplicando el gobierno argentino se enfrenta a un importante escollo que puede echar por tierra con la expectativa de reducir las tasas de inflación para este año electoral. La base de elección de un nuevo gobierno peronista se asienta en la reducción de la tasa de inflación, pero ha aparecido en escena el aumento del precio de la carne, como consecuencia de la convergencia de la finalización de la sequía de 2022 y la posibilidad de reversión de la fase del ciclo ganadero en ese año pasado. Esta sequía, una de las peores de los últimos años, estaría tocando fin gracias a que el fenómeno de “La Niña” acabaría entre marzo y abril. Pero todo el año pasado asoló a los campos de todo el país y principalmente los de la zona núcleo del agro argentino – Norte de Buenos Aires, Sur de Santa Fe y Sur de Córdoba- pero, no hubo regiones que escapasen de la sequía y es por esto que esta seca fue peor que las de años anteriores, por su generalización territorial.
Los pastos de pradera y el maíz entraron en fuerte disminución y esto desató una insuficiente alimentación del ganado vacuno. La resultante fue el envío continuo de animales de todo tipo a los mercados para impedir una carga animal imposible de sostener con la escasa y encarecida producción para su alimentación. Esto determinó un exceso de oferta vacuna continua y una caída relativa de los precios en las carnicerías, mientras se sostenían los precios del resto de los alimentos dentro del proceso inflacionario.
Como siempre sucede, dentro del ciclo ganadero, una vez que los rodeos en el campo han disminuido sensiblemente -hecho inducido por la sequía de 2022-, y la hacienda ha quedado abaratada por la caída de precios, es cuando a los ganaderos les resulta necesario (y lucrativo) comprar hacienda para recomponer sus planteles, mientras empieza a caer la oferta, progresivamente, en los mercados. Esto ya ha empezado a ocurrir desde inicios de 2023 y promete consolidarse en los próximos días y meses. Se terminó la fase de liquidación de ganado y comienza la sucesiva de retención de animales en el campo. La sobre oferta previa se revierte en demanda excedente en los mercados de hacienda.
Conclusión, la pasada caída relativa de la carne se transforma en suba de sus precios, de ahora en más. De haber contribuido en 2022 a disminuir el impacto inflacionario de los alimentos, en 2023 la carne pasaría a aumentarlo.
Un gobierno muy preocupado por la escasez de divisas no parece muy interesado en hacer caer la demanda exportadora, frenando las exportaciones como hiciera en anteriores oportunidades en que la carne aumentó sus precios. Y entonces, tal como ya lo he escrito en algunos artículos especializados, queda la alternativa de aumentar la oferta en lugar de contraer la demanda mediante la prohibición de exportar. Esa posibilidad surge de bajarle los costos de producción a los “feedlots” (corrales de engorde) que proveen buena parte del consumo interno de carne. El feedlot completa la alimentación de los animales fundamentalmente en base a maíz, provocando un rápido engorde de animales jóvenes, lo cual permite abastecer el consumo de carne en un corto plazo.
Aunque el ideal de hacer caer el precio del maíz a través de intervenciones o subsidios, facilitaría esta ayuda a los feedlots, con lo improbable que resulta acordar con el sector acopiador y exportador de maíz una acción de este tipo, la “segunda mejor opción” sería darle apoyo financiero barato a los feedlots para que, en forma comprobada, aplicasen este capital suplementario a la expansión de su producción, aumentando la oferta ganadera y sacándole presión al aumento de sus precios.
Esto sería, como dice la canción: “ojalá que llueva café en el campo”, pero no es una alternativa disparatada, ni mucho menos y sobre todo cuando el precio de la carne se ha comportado bien hasta ahora y sería bueno que lo hiciese lo mejor posible, en adelante. Sin embargo, si no hay un manejo inteligente de este problema, éste se transforma en un asunto peligroso desde lo económico y, tal vez, desde lo político.
Fuera de este contexto local y sudamericano, seguimos asistiendo a la permanencia y escalamiento de la guerra ruso-ucraniana que involucra a Europa y a Estados Unidos, lo cual, además de significar una amenaza a sus habitantes, se ha traducido en un claro fenómeno de “desglobalización” porque la OTAN no sólo provee armamentos a Ucrania, sino que aplica multitud de sanciones económicas a Rusia, lo cual quebró la integración energética y comercial de ésta con Europa. Esta faceta de desglobalización, Rusia la compensa con un incremento de la integración comercial con China, India y otros países de Asia, lo cual, al menos en términos declarativos, ha sindicado a China como el sostenedor del ataque ruso y enemigo latente, si además se suma el conflicto subyacente por Taiwán.
Es decir, la globalización se fragmenta y el bloque euroasiático parece liderar un adversario en lo económico, político y militar a la antigua hegemonía estadounidense, generándose una escalada proteccionista que claramente intenta limitar el comercio y la inversión china en Estados Unidos y en sus socios comerciales.
Una fuente muy respetable que avala esta visión es la del Fondo Monetario Internacional, aunque en lugar de desglobalización inventa otro neologismo, el de “slowbalisation”, (slow = lento) entendiendo que, si se revierte la conflictividad geopolítica de este mundo multipolar, la globalización se podría retomar, saliendo de esta etapa lenta. Aunque este optimismo pueda sospecharse ingenuo, lo cierto es que las buenas relaciones de India, tanto con Estados Unidos como con China, están impulsando su protagonismo en una reparación de daños en los flujos de comercio e inversión entre ambos países.
Después de todo, todavía es necesario que la economía internacional se recupere del estancamiento e inflación en que la dejó la post pandemia y, por lo tanto, los buenos oficios de la India deben ser muy bienvenidos porque si la economía mejora para todos, el negocio de la guerra deja de ser una opción tan rentable.