viernes 23 de mayo de 2025 - Edición Nº2361

Nación | 30 jun 2023

EL DÍA MÁS TRISTE

Un soldado de Perón: el llanto histórico que despedía al líder de la justicia social

En 1974 el pueblo heredaba el peronismo. El dolor de los desamparados y el error histórico de la oligarquía. Los militares que perdieron y el porqué de un Justicialismo que sigue vivo y resiste culturalmente.


Por: Ricardo Carossino

Qué habrán sentido los militares antiperonistas cuando toda la Argentina vio llorar desconsoladamente a un soldado de la patria, haciendo el saludo uno a la cureña que llevaba los restos de quien en vida fuera el tres veces Presidente de la Nación, general Juan Domingo Perón.  

Ese conscripto, partido por la pena, mostró el final del juego, a decir de Julio Cortázar. La revolución popular había terminado. Su líder había muerto y desde ese día, en el almanaque hubo un lugar para recordar para siempre la presencia del más carismático líder popular de la Argentina.

La masa popular quedaba nuevamente desamparada, como aquel 26 de julio de 1952 cuando perdieron a la abanderada de los humildes. Los dos se fueron en julio, un mes tan helado como la misma muerte. En medio de ese frío desolador, el pueblo volvía a llorar, a sufrir, después de apenas un par de años de felicidad, desde que en 1972 el general volviera a pisar su patria.

Apenas unos días antes, el 12 de junio de 1974, el general, sabiéndose frágil e intuyendo su final, informaba en la Plaza de Mayo que su único heredero era el pueblo, esa masa descamisada que, confesó con lágrimas, generaba la más maravillosa música que sus oídos habían oído en vida.

Qué habrán sentido los militares golpistas que tanto lo combatieron. Qué habrán sentido las clases altas que tanto lo odiaron. Qué habrán sentido los opositores que tanto lo juzgaron. Qué habrán sentido los jefes de la Iglesia católica que tanto lo excomulgaron.

El diario Crónica, en el mayor logro expresionista de la prensa escrita, necesitó una sola palabra para retratar aquel día: “Murió”. Bastó un solo verbo, fuerte, concreto, poderoso, para informar lo inevitable. El tiempo, implacable, había conseguido lo que los cobardes asesinos de la armada argentina no habían podido un 16 de junio de 1955: matar a Perón.

Las calles desoladas de los barrios bonaerenses y de los pueblos de todo el país, eran la despedida más sentida de quienes habían gozado la extraordinaria movilidad social con que Perón regó la vida de los pobres que tanto padecieron en la década del 30.

Con el peronismo creció el valor agregado en industrias, generando una extraordinaria migración de peones de campo a las fábricas. Se provocó un shock distributivo y de consumo que puso a andar rápidamente la rueda de la economía nacional, detenida desde 1929. Se nacionalizaron los servicios para generar más puestos de trabajo como ferrocarriles, gas, teléfono, usinas eléctricas y flota fluvial y marítima.

El número de inscriptos en las escuelas primarias y secundarias creció a tasas superiores a la de los años anteriores, mientras que en 1946 hubo 2.049.737 alumnos inscriptos en primarias y 217.817 en secundarias, para 1955 fueron 2.753.026 y 467.199 respectivamente. Se eliminó la enseñanza religiosa de las escuelas, se aprobó la ley Simini para la enseñanza preescolar y se estableció la gratuidad de la enseñanza universitaria.

Se sancionó el voto femenino, se estableció la patria potestad compartida y se derogó la ley que discriminaba a hijos “legítimos” de “ilegítimos”.

El componente salarial del ingreso nacional (53%) superó por primera vez en la historia la retribución obtenida en concepto de ganancias de la oligarquía agroganadera (47%). Por primera vez, la industria manufacturera participaba en la formación de Producto Bruto Interno (PBI) con un porcentaje (22,8%) superior al sector terrateniente (20,1%).

Sólo durante 1946, se ponían de pie más de 86 mil establecimientos que emplearon a más de 800 mil obreros y en el primer plan quinquenal se construyeron (1946/1951) 350 mil viviendas y hasta 1955, otras 150 mil.

Las secretarias de Trabajo y de Salud pasaron a ser ministerios. Se crearon el estatuto del peón de campo, los derechos de los trabajadores y de la ancianidad, los niños fueron los únicos privilegiados. Se creó el convenio colectivo de trabajo, la ley de previsión social, la ley de accidentes de trabajo, la ley de la vivienda obrera, el sueldo anual complementario, la mutualidad sindical, la creación de la jurisprudencia laboral, las escuelas sindicales de oficios. Se construyó el primer Alto Horno en Zapla y se formó Somisa (siderúrgica argentina).

Tan solo entre 1947 y 1948 en la gestión de Ramón Carrillo, Formosa, Misiones, Chaco, Neuquén, Río Negro, Santiago del Estero y Corrientes se beneficiaron de la actividad desplegada contra el paludismo, el mal de Chagas, la malaria, la fiebre amarilla, la fiebre tifoidea, la difteria y la viruela. A esto se sumaron la creación de cursos de auxiliares de enfermería, medicina sanitaria y administración hospitalaria.

Se crearon infinidad de salas de primeros auxilios y hospitales (el Hospital Posadas, el Policlínico de Lanús, el de Avellaneda, el Instituto del Quemado (por nombrar algunos) y se duplicaron las camas de internación con nuevos policlínicos en Salta, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan, Catamarca, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe.

Cómo no iba a llorar ese pibe con su fusil al hombro -esa contradicción de arma y corazón- viendo pasar el cuerpo sin vida del hombre que había empezado una obra majestuosa para poner a la Argentina de pie frente a un mundo que lo amó y lo odió de igual manera.

“Al fin”, pensaron muchos facciosos en sus guaridas infectas de odio. Al fin había muerto y celebraron lo que creyeron el epílogo de un estadista que los enfrentó a sus miserias más inmundas, las que aún siguen negándose a ver.

Pero, muy rápido descubrieron su error y trataron de enmendarlo con el golpe sangriento y perverso del 24 de marzo de 1976 y ni así pudieron desarmar un sentimiento que late cada día más fuerte desde aquel hecho inaugural del 1° de julio de 1974.

 

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