

En un nuevo aniversario de la muerte del legendario dirigente radical, el reconocido periodista hace un recorrido por la vida política de Larralde y su legado, hoy todavía presente. Además, se repasa su vida personal, su relación con el peronismo y el gran aporte del dirigente: la inclusión del artículo 14 bis en la Constitución Nacional.
Por Diego Lanese
No es frecuente que, circulando por Belgrano, uno se sorprenda al darse cuenta de que hay mucha gente que no sabe a quién responde el nombre de una calle que se llama Crisólogo Larralde. Los más se acuerdan de que fue un dirigente radical, pero no pasa de eso. Y, sin embargo, fue candidato a vicegobernador y gobernador de la provincia y después a la vicepresidencia de la República en las últimas elecciones anteriores a la Revoluci6n del 55. Lo más significativo es que ocupó en su partido todos los cargos posibles y ninguna función pública a lo largo de una carrera política que se prolongó desde la adolescencia hasta su muerte en la tribuna en 1962. En un reportaje que le hice en 1956 (“Mundo Argentino”, que entonces dirigía Ernesto Sábato), me recordó que se había afiliado a la UCR en 1920, a los 18 años; que empezó a hacer periodismo en “La Libertad” de Avellaneda; política en el comité de la juventud de la misma ciudad; hasta que, al llegar la revolución del 6 de septiembre, fue dejado cesante como empleado de la Cancillería y de allí a la cárcel en su primera prisión política. Pero tuvo otras entradas: en 1932, 1951, 1954, 1955. Después, cuando la dictadura septembrina, segura de su triunfo militar, llamó a elecciones en la provincia de Buenos Aires -el 5 de abril de 1931-, Larralde fue como candidato a diputado, pero el gobierno consideró que, dado el resultado del comicio, había que anularlo y eso hizo. De allí en adelante, conseguir un empleo resultaba difícil por su militancia política. En 1936 —así me lo contó entonces— entró como redactor en Termas de Vi1lavicencio y de allí, al año siguiente, a la Asociación de Jefes de Propaganda, donde conoció a don Antonio Mesa, uno de los grandes de la publicidad argentina, que en poco tiempo lo hizo socio gerente de su agencia (Albatros). En 1941 fue candidato a senador provincial en su provincia, pero las elecciones resultaron fraudulentas y él renunció por considerarlas viciadas de nulidad.
La llegada de Perón
A todo esto, el fraude, las posiciones del gobierno frente a la guerra y las diferencias de ciertos sectores militares abrieron cauce a la revolución de 1943, a Perón y al 17 de octubre. Allí es cuando vuelve a aparecer Larralde. Él y muchos otros habían visto en ciertos grupos opositores una actitud degradante hacia aquellas expresiones del entusiasmo popular y su actitud no era ésa, como no lo era la de quienes integraban el Movimiento de Intransigencia y Renovación, entre cuyos dirigentes estaba. A fines de ese mes de octubre apareció en Avellaneda un pequeño folleto referido a aquellas jornadas: “El ciudadano que escribe este artículo, hijo de una inmigrante que trabajó como sirvienta y de un obrero que perdió hace ocho años su vida mientras conducía un carro, declara que en esa multitud que desfiló encontró gente del pueblo. El autor de este artículo se encontró a sí mismo en los niños de zapatillas rotas y mal vestidos; en muchos o en todos los que fueron tildados de descamisados; el también conoció, con sus cinco hermanos, el hacinamiento en una sola habitación y la promiscuidad de los inquilinatos; supo qué es carecer de medias, ropas y botines y alguna vez comenzó sus estudios secundarios poniéndose pantalones largos de su padre, un saco rehecho por su madre, camisa y sombrero usados, provistos por algún generoso vecino. Lo que ahora salió a la calle no lo sorprende. También habría salido en aquella época; corresponde, pues, tratar de hallar las causas del episodio, extraer de él alguna conclusión, alguna enseñanza, y decir la verdad necesaria para que ese mismo pueblo que desfiló y mucho que lo acompañó sin salir de sus casas comprenda la verdad de su drama y la índole de las soluciones que el país reclama”.
El gobierno militar, que aceptaba el retiro de Perón aunque en su mayoría lo apoyaba, llamó a elecciones para el 24 de febrero de 1946 y el radicalismo se presentó allí con Larralde a la vice gobernación de Buenos Aires (Prat a la gobernación) y Perón-Quijano a la presidencia de la Nación. Ganó el peronismo, y Larralde siguió en la lucha. No salió diputado por la minoría, porque su lugar había estado en la fórmula ejecutiva de su provincia, por eso, al llegar la renovación legislativa, le ofrecieron, en 1948, encabezar la lista de candidatos a diputado nacional. Era un lugar seguro, pero prefirió renunciar a él para presentarse como candidato a la intendencia de Avellaneda, allí donde su aporte podía ser directo a la gente de su pueblo. No es lo habitual, pero sí una expresión de su manera de ver la política. Entre tanto, la marcha del gobierno peronista, de la oposición y de las fuerzas armadas llevaron las cosas a la Revolución del 55 y sus consecuencias: la división del radicalismo, el pacto de Frondizi con el peronismo, la fórmula Frondizi-Gómez, de la UCRI, contra Balbín-Gamond, de la UCR del Pueblo y, entre medio, la reforma de la Constitución Nacional, para que la anulación de facto de la del 49 no relegara todo a la vigencia de la del 53. La Convención Constituyente de Santa Fe -no hay que olvidarse de que el peronismo estaba proscrito- poco pudo hacer, pero, así y todo, Larralde, por entonces presidente del comité nacional de su partido, se empeñó en que hubiera aunque fuese un solo artículo en la Constitución que reflejara lo más expresivo de su pensamiento social. Desde aquel momento, el 14 bis de la Constitución es el más mentado por muchos dirigentes sindicales, que nunca se acuerdan del nombre del autor ni de las circunstancias de su sanción (ver recuadro).
Hasta el final
La fórmula Frondizi-Gómez se impuso a la encabezada por Balbín en 1958 con el voto de quienes así enfrentaban la proscripción del peronismo. En la provincia de Buenos Aires, Alende superaba a Larralde por las mismas circunstancias. Y ya por entonces, durante la campaña, Larralde mostraba los problemas de salud que lo llevarían a la tumba cuatro años más tarde. El gobierno de Frondizi se inició y se desenvolvió con la oposición de definidos sectores militares, que finalmente terminaron con su derrocamiento y con la consiguiente presidencia de José María Guido convertido en su sucesor. Había que llamar a elecciones para el 18 de marzo de 1962. El radicalismo bonaerense insistió en Larralde, pero él se resistía: pensaba que era mucho, que ya había sido postulado dos veces sin éxito, que su salud no estaba para eso, pero el apoyo partidario era unánime. Salió a la campaña en enero del 62, a los 60 años, sintiendo detrás de él un apoyo que pocas veces había sentido antes. Lo sintió así en el atardecer del 22 de febrero de 1962 cuando cruzaba la capital de la provincia rumbo a Berisso, donde tenía que encabezar el acto de esa noche. Lo conmovió el apoyo de ese barrio obrero que lo aclamaba. Subió a la tribuna como tantas otras veces, sintiendo la presión de su público, pero, esta vez, también de sus coronarias: por eso le entregó allí mismo sus efectos persona1es a su hijo, a su nuera, a sus íntimos, como una despedida. “Sabía que se iba...”, como dijo Balbín al despedir sus restos dos días más tarde en el cementerio de Avellaneda.
*Esta nota se publicó originalmente en Política del Sur Nº 79, de febrero del 2008, en un suplemento especial dedicado al dirigente radical. Al cumplirse un nuevo aniversario, la dirección pensó que el texto es el que más fielmente refleja el espíritu de Larralde, y es una de las mejores crónicas de su legado. Por eso su reedición.
El hombre detrás del mito
Crisólogo Larralde nació el 29 de enero del año 1902, en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Su padre era descendiente de (vascos) y su madre Enriqueta Boffa de (italianos). El hogar de los Larralde era modesto, pero digno y honrado. En ese hogar, Larralde escuchaba hablar de revolución, eran los levantamientos que llevaba adelante Hipólito Yrigoyen a principios del siglo XX.
Más allá de ir a la escuela, Larralde trabajaba como dependiente en un almacén, su padre había fallecido cuando él tenía solamente cinco años. Larralde era un niño recio y temperamentalmente fuerte. A los once años, preparó los exámenes para el Colegio Nacional, estos eran eliminatorios por la falta de bancos. Larralde fue felicitado al final de los exámenes por los profesores de todas las materias. Al día siguiente cuando volvió la madre con el niño al colegio, la sorpresa fue grande al enterarse que no había vacantes. Logrando ser conducidos ante la presencia del Rector, éste al reconocer al niño, otorgó la vacante para el joven.
Larralde y su madre vivían en un inquilinato de la ciudad de Avellaneda, en una casa de madera, donde las hendijas eran rellenadas con diario mojado para que no penetrara el frío. En la misma casa, vivían unos anarquistas que hablaban de las injusticias sociales, del proletariado, de guerra contra las clases adineradas etc. El joven frecuentaba a estas personas y tomaba contacto con libros, pensadores y periódicos poco comunes en Argentina.
En varias oportunidades este niño fue a parar a las comisarías junto a los obreros, al ser descubiertos en reuniones políticas, mientras que el común de los niños jugaba a la pelota todo el día. Así ha amasado sus convicciones obreristas este revolucionario radical.
Todo el dinero que lograba juntar Larralde lo gastaba en libros, muchos de ellos de avanzada, y entre los pensadores que influenciaron a Larralde podemos destacar los siguientes: Parménides, Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón Séneca, San Agustín, Santo Tomás, Copérnico, Maquiavelo, Descartes; Espinosa, Leibniz, Hobbes, Hume, Rousseau, Montesquieu entre otros, sin dejar de lado a “Krause” a quien también adhería Hipólito Yrigoyen.
En el año 1928, Larralde formó su hogar con Emma Picote y tuvieron dos hijos: Crisólogo Martín y Adrián Horacio, hasta el año 1955, la familia vivió en Avellaneda, y luego se trasladaron a la vecina ciudad de Quilmes.
En la década que va desde 1920 y hasta 1930, fue empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, llegando al cargo de jefe del Archivo Histórico. Estudió Derecho, si bien no terminó la carrera, trabajó por el mejoramiento de los obreros y a los campesinos les inculcó el aforismo “La tierra es para quienes la trabajan”.
El 14 bis, uno de sus grandes legados
“El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador: condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática reconocida por la simple inscripción en un registro especial”. El primer párrafo del artículo 14 bis de la Constitución Nacional marca la importancia de este agregado, que ingresó a la carta magna en la reforma de 1957. La dictadura militar había derogado la Constitución de 1949, impulsada por Juan Domingo Perón, y volvió sobre sus pasos. Pero fue el trabajo de Crisólogo Larralde el que logró incluir esta decisiva enmienda, que recién fue ratificada en la reforma de 1994, ya que juristas y especialistas la ponían en discusión por haber sido realizada por una dictadura.
Larralde no era constitucional, lo que aumenta el mérito del dirigente radical. Como titular del comité nacional de la UCR viajo especialmente a Santa Fe, donde se reunían los convencionales, y convenció a los radicales que luego de convalidar la derogación de la Constitución de 1949 y el restablecimiento del texto de 1853, se agregara el artículo nuevo. Una vez que se votó, los radicales se fueron del lugar, dejando sin quórum la convención.
Durante el debate en el plenario, el texto del despacho sería pulido y precisado, a la vez que algunos derechos serían excluidos. Los principales cambios fueron la eliminación de los derechos a la seguridad e higiene en el trabajo a la formación profesional, a la protección contra el desempleo, a la rehabilitación de los incapacitados, al fomento de la cooperación libre y a la protección a la maternidad, infancia y minoridad. Otro cambio importante fue la inclusión del derecho del trabajador a organizarse en sindicatos, que no estaba expresamente contemplado en el despacho de la comisión.
“El sindicalismo no es simplemente un asunto de intereses económicos, sino un problema social y moral que implica que la concepción del mundo, una filosofía. Entre las bases que propicia el radicalismo del pueblo está la de asegurar a los trabajadores un nivel estable y elevado de ocupación”, Se refirió Larralde sobre el tema al tiempo de la aprobación de este artículo, cuya autoría suele ser ninguneada.
Su relación con el peronismo
El 17 de octubre de 1945, el país cambiaría para siempre. Ese día, una sublevación popular daba lugar al surgimiento del peronismo. Sobre aquella jornada histórica Larralde diría: “el 17 de octubre salió el pueblo a la calle y produjo un acto de adhesión al coronel (Juan Domingo) Perón. Creyó que las llamadas conquistas sociales corrían peligro de desaparecer y afirmó su derecho a mantenerlas, vivando al coronel Perón. En este apellido la gente joven ve al realizador de un programa social. El pueblo habló, gritó, desfiló, realizó agresiones, llenó de inscripciones las paredes, dijo lo que le parecía justo”.
Posteriormente afirmaría que “asistimos a la condenación de las manifestaciones populares del 17 y 18 de octubre; observamos que diarios, gremios, instituciones y partidos se empeñan en demostrar que los manifestantes no fueron el pueblo ni los obreros auténticos”. Para Larralde, “el ciudadano que escribe este artículo, hijo de una inmigrante que trabajó como sirvienta y de un obrero que perdió hace ocho años su vida mientras conducía un carro, declara que en esa multitud que desfiló encontró gente del pueblo”.
Larralde diferenciaba al pueblo peronista de los “desvíos fascistoides” de Perón, desvíos que combatió con todas sus fuerzas. Defensor de la libertad con derecho social, como único valor intrínseco del ciudadano, se oponía a la “justicia social populista y demagógica”, representada por la frase “a los amigos todo a los enemigos, ni justicia”, que solía pronunciar Perón.
Larralde creía profundamente en el derecho social, pero también era un fervoroso defensor de las libertades políticas, las cuales creía imprescindibles para la defensa de los derechos. Siendo candidato a vicepresidente en 1954, Larralde sostenía: “queremos que las palabras ‘revolución social’, de que ha hablado el presidente de la República, se conviertan mediante nosotros en un hecho generoso y positivo para bien de todos”.
“Queremos hacerlo sin sangre y sin rencores, como aquí se dijo, no a favor de un partido, sí a favor de un pueblo; queremos anteponer, a los privilegios económicos, el derecho del individuo, pero nada vamos a poder realizar, absolutamente nada, si primero no conseguimos el arma más importante, que es el arma que todas las dictaduras niegan.”
Se ve claramente, en este discurso de campaña, la gran diferencia de concepto político que había entre Larralde y el general Perón. Mientras el gobierno tomaba y propiciaba medidas y actos que atentaban sobre manera las libertades públicas, Crisólogo Larralde tomaba la bandera de la libertad como principal estandarte para la defensa de los derechos sociales.