viernes 20 de junio de 2025 - Edición Nº2389

| 10 ago 2016

Recuerdo de Raimundo Ongaro: el último sindicalista revolucionario


El histórico líder de la Federación Gráfica Bonaerense falleció la semana pasada a los92 años. Detrás queda una inmensa historia de lucha y coraje, de cárceles y lucha. De la CGT de los Argentinos al exilio. Su vuelta, con varias sombras. Recuerdos de un dirigente imprescindible.

Por Diego Lanese

En 2005, quien firma estas líneas estuvo en la sede de la Federación Gráfica Bonaerense, en la calle Paseo Colón. En medio de un conflicto gremial, que incluía a compañeros gráficos, una comitiva fue a ver a la dirigencia del gremio, para buscar apoyo. De repente, de unas de las oficinas, salió Raimundo Ongano. “Compañeros”, sonrió, y fue saludando a ese grupo de desconocidos, que esperaba sentado en un pasillo. En un rato, Ongaro habló de todo: Perón, Libia, el “che” Guevara, Dios. Con un histrionismo que disimulaban sus más de 80 años, contó historias fantásticas, exageradas, increíbles. Antes de irse, de una carterita transparente que colgada de su cuello, sacó un peso cubano, se me acercó y me la dio. “Esta plata me la dio Fidel, a mí, cuando fui a Cuba”.  Después, sin decir más, se fue perdiendo en los pasillos del gremio.

La anécdota vuelve a mi memoria cuando me entero de su muerte, la semana pasada, a los 92 años. Recordar su figura es meterse en otro tiempo, en los años que la dirigencia sindical pagaba con su cuerpo y su libertad la decencia de pelear por los derechos de los trabajadores. De ese tiempo era Ongaro. Pero también le tocó volver luego de la peor noche de nuestra historia, con dolores personales a cuestas, y ser parte de la reconstrucción de una Argentina –y un movimiento sindical –que enarbolaría nuevas banderas, más prácticas, más reales, menos puras. Ahí también estuvo Ongaro, hasta que falleció. Fue un dirigente atrapado en dos tiempos, y en ambos se destacó.

Una breve biografía dirá que nació en Mar del Plata en 1924, donde comenzó sus estudios en un colegio religioso. Estuvo a punto de ser sacerdote, pero finalmente estudio música. Para sostener esa vocación, comenzó a trabajar en  talleres gráficos, y muy pronto llegó a la dirigencia sindical. En noviembre de 1966 ganó se convirtió en el referente de los gráficos, cargo que ejerció hasta que en 1975  abandonó el país, amenazado por la tripe A. Antes, creó uno de los hitos del movimiento obrero argentino: la CGT de los Argentinos

 

La CGT de los Argentinos

En 1968, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, Ongaro fundó la CGT de los Argentinos, un espacio sindical que rompió con la línea colaboracionista" que planteaba el sector que lideraba el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor. Rápidamente agrupó a los sectores más combativos de los gremios, germen del Cordobazo que se gestaría tiempo después. Junto con Agustín Tosco y otros, Ongaro fue el principal referente de este espacio, que contó además con la adhesión de periodistas y escritores como Rodolfo Walsh, Horacio Verbitsky y Rogelio García Lupo, quienes participaron del periódico de la CGT de los Argentinos, que con el tiempo fue valorado como un medio de prensa elaborado con calidad editorial y gran rigor informativo. Artistas gráficos como Ricardo Carpani, Fernando Pino Solanas y el vanguardista Grupo Cine Liberación también participaron de las manifestaciones que se generaban desde ese espacio de lucha obrera.

El año de su creación, la central planteó un programa, donde denunció las injusticias del capitalismo, la entrega del patrimonio nacional a los capitales extranjeros, y la represión a las clases explotadas. “nada nos habrá de detener, ni la cárcel ni la muerte. Porque no se puede encarcelar ni matar a todo un pueblo, y porque la inmensa mayoría de los argentinos, sin pactos electorales, sin aventuras colaboracionistas ni golpistas sabe que sólo el pueblo salvará al pueblo”, escribió Ongaro en la proclama difundida el 1º de mayo.

La creación de la CGT de los Argentinos fue un intento de canalizar el descontento de los trabajadores y la sociedad contra un gobierno liberal, pero además se enmarcó en el complejo juego de poder de esos días. Desde el exilio, Perón fomentó la ruptura de la CGT, como una forma de frenar el avance de Vandor, que ya había explicitado su idea de “peronismo sin Perón”. El perfil revolucionario que tomó la central, la influencia de Tosco como mentor del Cordobazo y el miedo a perder el control de una parte del movimiento (ya se gestaba la aparición de los grupos armados y una parte de la juventud halaba de “socialismo nacional” para definir al peronismo) hizo que el líder vaya retirando apoyo a esa CGT, dejando a Ongaro y su cúpula aislada. “El gobierno busca juntar en la sumisión. Los trabajadores quieren coincidir en la resistencia”, escribió, en referencia a la posible unidad de la central. “La unidad que tiene sus orígenes en las bases y su fuente de acción en el programa, que sólo escluye a traidores y delincuentes, que se expresa en la lucha abierta contra el sistema: esa es la única unidad que acepta la CGT de los Argentinos”, concluyó la proclama.


De la revolución al exilio

La historia dirá que Ongaro estuvo 14 veces preso, y fue en una cárcel donde se enteró de la muerte de su hijo, acribillado a balazos por la Triple A. En ese momento, decidió dejar el país, y marchar a un doloroso exilio, del que volverá en 1984. Pero parte de él, de aquel dirigente combativo, lúcido y valiente, quedó para siempre en esa celda de 1,40 por 2,30 en Devoto. Desde el Ministerio de Bienestar Social, José López Rega había dado una orden directa: matar a toda la familia Ongaro. Así, Alfredo Máximo fue asesinado por pistoleros de la banda paraestatal, su hijo mayor Raimundo fue apresado en la calle, pero logró escapar porque la gente que estaba a su alrededor se opuso al secuestro. Luego de ser ocultado por una organización religiosa, Raimundo y su hermano Miguel Ángel escaparon del país, y se reencontrarían con su padre poco tiempo después.

“Allí replanteé rápidamente, fueron unos segundos, mi decisión de quedarme en una cárcel, de no salir del país con mi familia, ese de no haberle dicho a mis compañeros y compañeras sindicalistas, activistas, trabajadores militantes que podía irme del país y ser más útil a la causa por la que luchábamos. Aquel día comprendí que estar en la cárcel no servía para nada, si uno no podía utilizar la palabra, la comunicación con la gente, estar presente en una huelga, en una manifestación, en una asamblea, en un plenario o junto a los compañeros o los hermanos que estaban en una olla popular. Es otro mito, me dije, eso de creer que estar en la cárcel sirve para algo, porque yo no puedo defender a mi hijo; porque si hubiera estado en libertad, me hubieran matado a mí, y no a él”, recuerda Ongaro en primera persona.

Antes de irse, en varios escritos, dejó la huella del peronismo que abrazaba, que se cruzaba con el cristianismo y que tenía en la justicia social y el fin de la explotación su máxima expresión. “El peronismo fue siempre revolucionario, los que no han sido revolucionarios fueron los dirigentes. Muchos dirigentes del movimiento nunca fueron revolucionarios, y otros dejaron de serlo cuando vieron que podían alcanzar un nivel de vida de ricos sin hacer ningún sacrificio”, dijo alguna vez.


Triste retorno

Cuando Ongaro volvió al país, era otro. La Argentina era otra. En su vuelta tuvo algunos gestos contradictorios, y su figura quedó trastocada. Algunos recuerdan cierta reivindicación a la figura de Vandor, quien era su antítesis sindical. El apoyo a la candidatura y presidencia de Carlos Menem fue el cierre de una curva que apagó sus años de lucha. Era otro tiempo. Cuando se negó a movilizarse contra los decretos de indultos, terminó de escribir esa otra historia. Él, 14 veces preso, perseguido y maltratado.

“Estoy convencido que por más que sigamos hablando de esta democracia reiniciada, cuya defensa hacemos con todas nuestras fuerzas –porque hasta el último trozo de libertad que entre por una pequeña ventanita de una cárcel, hay que aprovechar para ensancharla y vigorizarla, y que prevalezca el estado de derecho sobre los golpistas-, sigo diciendo que en la Argentina mientras no se resuelva el problema de los muertos, los vivos van a seguir arrastrando su cadáver hasta la tumba”, remarcó en una entrevista en abril del 84.

Cuando murió, en su casa de siempre en Los Polvorines, dejó atrás esa contradicción de dos tiempos. Se fue, y dejó un hueco en la dirigencia sindical. Con sus luchas, y sus retrocesos. Raimundo Ongaro terminó más cerca de la mística que de la militancia, recorriendo los pasillos de la federación gráfica, regalando pesos cubanos. Fue un enorme dirigente, un pilar de la lucha contra las diversas dictaduras, un fiel referente de los jóvenes revolucionarios. Por eso guardo aquel peso cubano. Primero fue porque tal vez lo tocó Fidel Castro. Hoy es porque seguro era de Raimundo Ongaro.

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