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El alambrado es una jaula: Ferraresi, entre soñar la Provincia o defender lo único que supo construir - Política del Sur

AVELLANEDA | 16 NOV 2025

CABEZA DE RATÓN O COLA DE LEÓN

El alambrado es una jaula: Ferraresi, entre soñar la Provincia o defender lo único que supo construir

Ferraresi está atrapado entre su bastión local y su aspiración provincial. Ir por la gobernación implica enfrentarse con Cristina, que apuesta por Mayra Mendoza. Y aunque Alberto Fernández lo cubra de elogios, no reposteó nada del ex presidente.




Jorge Ferraresi, el todopoderoso intendente de Avellaneda, parece haber construido un fortín tan impenetrable que hoy podría estar cavando su propia tumba política. Atrapado en su reelección local —que, según la ley vigente, le está vedada para 2027—, sólo podría tentar un nuevo mandato si Axel Kicillof vuelve a mover fichas legislativas para reformar los límites a la reelección. Y decimos “mover fichas” porque el gobernador lo necesita tanto como él a Kicillof: ese rearmado legal serviría para retener un peronista clave, pero abre la puerta a un juego de poder que puede convertirse en trampa.

El paisaje bonaerense para el peronismo no es cosa menor: Ferraresi tiene bien “alambrado” Avellaneda, con una oposición atomizada —por ejemplo, Libertad Avanza probablemente fragmentada en varios bloques—, pero esa hegemonía local le pesa si quiere dar el salto a la gobernación. ¿Por qué? Porque la interna peronista bonaerense también está teñida de tensión. En ese ring, Ferraresi ya pisa terreno camporista y desafía abiertamente a La Cámpora. No en balde rompió el bloque de Mayra Mendoza en Quilmes, lo que desató acusaciones cruzadas. ¿Pero qué pasaría si Kicillof cierra la gobernación con CFK para tener su apoyo en la carrera presidencial 2027?

Y ese cruce no es anecdótico: Mayra Mendoza se postula como sucesora de Kicillof. Si Ferraresi decide dejar Avellaneda para pelear por la gobernación, chocará con una candidata que no solo tiene respaldo territorial, sino también respaldo de peso simbólico dentro del kirchnerismo duro y que tiene un competidor local decidido a la batalla como es el senador provincial Emmanuel González Santalla que precisamente termina su mandato legislativo cuando Ferraresi termina su mandato local.

Aquí entra el elogio de Alberto Fernández, que para algunos es bendición y para otros, un lastre. Fernández lo despidió de su Gabinete con palabras cálidas: “extraordinario funcionario”, “muy valioso”. Es un gesto de reconocimiento, sí, pero ¿es un salvavidas o una bola de plomo? El problema es que Alberto hoy no tiene el brillo que tenía en los tiempos.

Otro dilema roza la sucesión en Avellaneda: ¿quién lo reemplazaría? Hasta ahora, su apuesta ha sido su esposa, Magdalena Sierra, pero ella no tiene el arraigo territorial ni la fuerza política de su marido.

Si bien el intendente ha construido redes y estructuras sólidas, no es seguro que su trono local sobreviva sin él, especialmente si la oposición comienza a aglutinarse o si surgen liderazgos alternativos. La atomización actual de los bloques en el Concejo Deliberante puede ser una fortaleza momentánea, pero podría volverse debilidad si no hay un plan de transición claro.

Entonces, ¿le conviene a Ferraresi quedarse o lanzarse al vacío bonaerense? Si se queda, mantiene el poder más seguro, su bastión casi inexpugnable. Si se va, arriesga su dominio local, debe enfrentarse con la Cámpora y con Cristina, y dependerá demasiado de Kicillof y de la reforma legal para seguir compitiendo. No es poca cosa.

Y ahí radica la gran ironía: construyó un reino, pero el reino podría no permitirle reinar en otro trono. Si se queda, vivirá como monarca local, pero sin poder mayor. Acaso ningún intendente de Avellaneda logró llegar al trono bonaerense, como ningún monarca bonaerense llegó al trono nacional. ¿Será por la maldición de Alsina?

Para los concejales de Avellaneda, el mensaje es claro: Ferraresi necesita cuidar su trono, pero también necesita calcular con precisión su salto. Y ellos —que lo conocen bien, que viven la política local a diario— podrían ser las piezas decisivas en cualquier escenario futuro.

Si Kicillof logra reformar la ley, puede reelegirse en Avellaneda y conservar su reino sin riesgos, pero queda encerrado en un poder local que ya alcanzó su techo. Si la ley no se toca, debe saltar: competir por la Provincia o aceptar un cargo mayor, con el peligro de perder su bastión al dejarlo en manos de una sucesión débil. Le pasó a quien le cedió el poder. Hoy el ex barón duhaldista del conurbano, Baldomero Cacho Álvarez de Olivera no es más que un penoso recuerdo y para otros hasta una vergüenza.

Por otra parte er por la gobernación implica chocar con Cristina y La Cámpora, que promueven a Mayra Mendoza. El elogio de Alberto Fernández lo empuja, pero también lo contamina. Conclusión: Ferraresi está entre quedarse como rey municipal o arriesgarse a una guerra bonaerense sin garantías de retorno. Es el viejo axioma: ¿Cabeza de ratón o cola de León?

Ferraresi construyó en Avellaneda una fortaleza perfecta: disciplinada, ordenada, sin rivales reales y con la oposición rota en pedazos. Pero la política, como siempre, cobra peaje: el alambrado que lo protegió ahora lo tiene atrapado.

Para crecer, necesita salir. Para salir, necesita romper su propio sistema. ¿Lo hará? ¿O elegirá seguir siendo el dueño de un territorio donde él es indispensable, pero donde nadie más puede reemplazarlo?

La pregunta que sobrevuela Avellaneda —y que los concejales conocen mejor que nadie— es brutal: ¿Ferraresi está listo para saltar a la Provincia o teme descubrir que su poder sólo existe dentro del perímetro que él mismo construyó? Porque afuera, en la jungla bonaerense, no alcanza con ser fuerte. Hay que ser libre.