¿Una luz de esperanza?

Por Ezequiel Picallo (Abogado)

La última semana política agobia, preocupa y genera desesperanza. Entre un Gobierno que pierde por goleada en el Senado y que no practica la política bajo la premisa de que negociar o conversar es de “casta”, y una centroderecha que naufraga con un PRO que ruega ser menospreciado por La Libertad Avanza —bajándose el precio y sometiéndose a cambio de nada—, parece que solo nos queda empeorar.

Sin embargo, hace unos días, el diario Clarín publicó una nota con una entrevista al actual gobernador de Chubut, Ignacio “Nacho” Torres, en la cual el título de la nota fue  contundente: “No creo en el frente del PRO con La Libertad Avanza”. Esto es apenas un adelanto de lo que desarrolla luego, que no es ni más ni menos que una reflexión sobre la confusión en la que ha caído la dirigencia del PRO.

El PRO no es una isla; es parte del problema. Ese problema es la falta de liderazgo positivo y útil, la aparente inexistencia de políticos que piensen en los problemas reales que hay que resolver, y el exceso de personajes que ocupan roles y toman decisiones guiados únicamente por el egoísmo y la mezquindad.

Al leer las declaraciones del gobernador de Chubut, me vino a la mente el gran humorista y dibujante Caloi, quien en una de sus obras describió el infierno como una construcción de varios pisos, donde las víctimas del Diablo eran sometidas a brasas ardientes. En ese contexto, Caloi retrató una escena absurda: Satanás, de visita en el lugar, se sorprendía al observar a un grupo de andrajosos encadenados que, sometidos al fuego eterno, gritaban: “¡Un aplauso para el asador!”. La sorpresa del mandamás del infierno era evidente, hasta que uno de los asistentes le explicó: “No le haga caso, su majestad, son un grupito de aduladores argentinos que llegó la semana pasada”.

Esta exagerada y ficticia imagen deja de serlo cuando se la compara con la actual dirigencia del PRO. Incluso, queda chica.

Su máximo referente se aleja de la pelea política, “deprimido” por los rechazos que le plantea “la jefa” de LLA, y en una actitud cobarde abandona la batalla. Mientras tanto, sus socios políticos —Ritondo y Santilli— intentan convencer a sus colegas de que es bueno someterse y adular a sus propios verdugos, al punto de perder hasta su color: ya no son más amarillos, ahora son violetas.

Este dúo dinámico del PRO bonaerense no es la única sorpresa. Sorprendentemente, la misma postura adoptó el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, primo de Mauricio, quien cruzó a propios que se oponían a la alianza y los obligó a someterse, pese a que hace apenas semanas LLA les dio una paliza electoral.

El sometimiento parece haber llegado para quedarse. Aquel que fue denigrado por sus actuales aliados en la elección pasada en CABA, prefiere continuar por la senda de la humillación, obligando a sus seguidores a agachar la cabeza y a servir los caprichos de Pareja y Karina Milei.

En este sórdido momento, donde todo parece negativo y oscuro, donde las esperanzas se alejan cada vez más de nuestra tierra, donde triunfa sin esfuerzo el chiquitaje político y los líderes de papel, justo cuando todo parecía perdido e irreversible para el espacio “de centro”, resuena un nuevo grito de Ipiranga, esta vez protagonizado por el gobernador de Chubut.

Torres alzó su voz ante el trato humillante al que se sometieron los dirigentes del PRO, planteando que esta alianza no suma, que solo representa un amontonamiento que resta. Expresa, además, críticas interesantes al acercamiento con LLA.

Agua en el desierto. Una semilla está plantada, y el tiempo dirá si estamos ante un nuevo líder que, al menos en esta ocasión, sorprende por su racionalidad. Algo que, hoy en día, escasea en la política argentina. Esta actitud —si se sostiene— representa una forma seria de enfrentar los desafíos actuales. Si Nacho Torres persevera en esta línea de coherencia y prudencia, quizás podamos soñar con una Argentina distinta. Y entonces, sí, podríamos vislumbrar algo de luz entre tanta oscuridad.