viernes 19 de abril de 2024 - Edición Nº1962

| 22 jun 2017

El Castillo que yo conocí


Una mirada diferente de Jorge Castillo, titular de la feria “Punta Mogotes”, que fue detenido ayer por la madrugada.



 

Por Rubén Molina

 

A fines del 2001, mi situación económica no era de las mejores. Al igual que muchos argentinos, tuve que afrontar la debacle de una Argentina que vivía en la ilusión del 1 a 1, y de golpe se encontró con la realidad de que su dinero no valía nada. Mi derrotero fue similar al de muchos compatriotas. En ese contexto conocí a Jorge Castillo. Por aquel entonces, “el capo de La Salada”. Un colega me llevó hasta él, con la idea de proponerle la realización de una publicación que contara la realidad de los feriantes de ese lugar.


A Castillo le gustó la propuesta. Quería algo que mostrara la realidad de los feriantes y, sobre todo, el esfuerzo que realizaban para llegar en tiempo y forma con sus prendas y productos para ser vendidos en “la feria más grande del mundo”. Por eso, el nombre elegido para la publicación fue “La voz de los Feriantes”. La idea era también mostrar la movida de los tours de compras y el mundo que giraba a través de las ferias. Según Castillo, La Salada movía un mercado cercano al millón personas.


De más está decir que la primera vez que llegué a “La Salada” quedé impactado por el movimiento comercial que allí existía. Era todo un mundo dentro de otro mundo. A contramano de lo que pasaba en el país, en absoluta recesión, allí la actividad era intensa. No existía el crédito, tampoco el cheque. Todo era “cash”. Me tocó ver muchas realidades, las mayorías complejas y, en algunos casos “border”. Siempre lo dije, y lo reitero: en La Salada no existía el Estado. Allí todo era como en la selva. Tenía sus propias reglas, solo prevalecía el más fuerte.


Castillo creció en esa selva. Era un hombre duro y rudo. Le costaba mostrar su sensibilidad, pero en el fondo era un tipo muy sensible. Recuerdo que había creado una asociación civil que brindaba ayuda a los más pobres. Remedios, comida y atención médica eran algunos de los servicios. También supo hacer apoyo escolar y legal. Los feriantes, no de muy buena gana, colaboraban con esa actividad. De tanto en tanto realizaba tareas de bacheo en las calles aledañas a la feria.


Hincha de Independiente, su vida siempre fue el comercio. Su papá era comerciante. De joven incursionó en el rubro del calzado. De origen radical, pero con muy buenas conexiones con el peronismo. Muy hábil negociante. Siempre decía: “El que quiera tienda, que la atienda”. Fue uno de los primeros en ver el “negocio” de La Salada. Les juntó la “cabeza” a varios y reunió el dinero suficiente como para comprar, en cómodas cuotas, el predio de la actual feria “Punta Mogotes”. La más exitosa.


No le bastó un semanario de la feria. Quiso más. Primero, fue un periódico que mostrara la realidad de Cuartel Noveno. Así apareció Semanario “Ribera Sur”. Recuerdo las tapas de aquella publicación que mostraban el estado del Arroyo del Rey o del Unamuno, abarrotados de mugre, con las inundaciones a la orden del día y las calles totalmente destruidas. Ver el rostro con el agua hasta las rodillas, la impotencia y la ausencia del Estado eran moneda corriente. Ni hablar de los altos niveles de inseguridad. Nosotros reflejábamos esa realidad. Éramos “el terror” del poder político municipal. Luego vino la radio. El mensaje se amplificaba aún más.


Las cosas de la vida y, sobre todo, de mi profesión, me separaron de Jorge Castillo. Siempre fue muy respetuoso conmigo. Yo pude conocer otro Castillo. Soy un agradecido. Me dio trabajo en tiempos en los que no había. Nunca participé de sus negocios, lo que no quita que pudiera observar lo que ocurriera a su alrededor. No soy ingenuo y tampoco intento justificarlo. Pero insisto con la idea de la selva: la ausencia efectiva del Estado benefició a unos pocos. Por cierto, nunca vi al Estado interesado en poner orden en esa zona. En La Salada siempre existió un estado paralelo con sus propias reglas. La marginalidad, la indigencia y la inseguridad eran cosas de todos los días. El Estado, bien, gracias.

 

Pareciera que los tiempos cambiaron. Algunos dirán para bien. Para Castillo, seguramente no. Las cosas se dieron vuelta para el “rey de La Salada”. Hoy pareciera haber un estado que quiere ponerle fin a esa “ley de la selva”. En buena hora. Habrá que ver si ese estado realmente quiere llegar a fondo o si simplemente el titular de “Punta Mogotes” será el único que pague los platos rotos de una fiesta de la que muy pocos participaron durante los últimos 15 años.


Imagino a políticos, policías y jueces preocupados por el presente de Jorge Castillo. También me gustaría imaginar a muchos de ellos tras las rejas. Me gustaría creer en una Argentina distinta.

 

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